En la tienda de colchones el dependiente atiende de modo escrupuloso a la clientela. Porta guantes, mascarillas, gel, pero hay algo muy importante en él que lo diferencia de muchos: no ha perdido la ilusión. Al detalle explica la fibra, el tejido y los muelles del colchón. Hay una amplia variedad y de todos ellos habla con la misma devoción como si fueran sus hijos. Luego pasa a las almohadas, después a las fundas impermeables que sirven como sábana bajera, y así responde a todas las preguntas habidas y por haber. Ama su profesión. "Saldremos de esta, con un poco de paciencia, pero saldremos". Sus palabras son una cura a tanto dolor.

Enfrente hay un centro pastoral. Antes de las ocho los devotos entran, aplauden y salen guardando las distancias de seguridad. Arriba, en Santa Clara, las monjas abren el torno. 'Ave María Purísima", dicen mientras suena la rueda y agradecen el donativo.

Junto a la Fuente Luminosa se reparan baldosas, siguen peatonalizando la zona de los obispos y Zeus el de Extreibéricos recuerda con pena los primeros días de confinamiento, que define como la mayor tragedia sufrida por el comercio cacereño a lo largo de su historia. Corta el jamón con la misma profesionalidad de siempre. El mismo tacto, la misma simpatía. Pese a los golpes, no pierde la esperanza. Es un ejemplo de lo que debe ser un autónomo: emprendedor, ilusionado y luchador.

En la peluquería, MIriam y su equipo ya están al completo. El negocio ha cambiado, hay mamparas de protección, pero no se desvanecen las sonrisas.

Las terrazas del París 12 y La Vieja Dehesa ocupan las aceras, los cacereños toman café con tostadas mientras reciben la atención de camareros que cubren la boca y sostienen con estoicismo sus bandejas. No ha abierto el Eroski. El día que lo haga, Cáceres volverá a ser un poco más Cáceres.