Muchos han dicho adiós, pero otros muchos siguen aquí. Ella integra el grupo de cacereños que han tenido la fortuna de que el coronavirus no haya llegado a asomar por sus puertas en estos tiempos de pandemia.

Concesa Corchero Simón nació en Coria el 8 de abril de 1933 y ya tiene otra historia más para contar en su infinito diario de recuerdos. Su padre, Zacarías, que era pintor, había estado en América y a su regreso a Pozuelo de Zarzón, su localidad natal, se casó con Candela.

En ese tiempo la moda era pintar las paredes con grecas de flores o verduras, pero les pilló la guerra y para subsistir comenzaron a hacer dulces, que vendían por los pueblos. Se marcharon a Coria y allí abrieron la Dulcería del Pintor, que aun continúa en activo de manos de Luis, uno de los nietos del fundador.

Concesa era la mayor. A los 5 años nació María del Pilar y a los 10, Antonio. Ella llegó a Cáceres con 11 años porque se vino interna al colegio de las Carmelitas, situado entonces en el número 6 de la calle Olmos, donde le dieron clases la hermana Irene, la hermana Margarita, la hermana Guadalupe, la hermana Blanca y don Rodrigo Ávila, que era un profesor de Matemáticas extraordinario.

Aventajada estudiante, Concesa hizo Magisterio y aprobó las oposiciones. Su primer destino fue La Pulgosa, un pueblo de colonización donde se cultivaba tabaco y en cuya escuela unitaria la flamante maestra impartió clases a más de 40 niños. De ahí le dieron El Pino, en Valencia de Alcántara, centro en el que Eustaquio López, inolvidable corresponsal de este periódico, fue colega suyo de profesión.

Portezuelo fue el último destino de la joven porque al contraer matrimonio, dejó la docencia. Su marido, Rogelio Mateos Vicente, con quien tuvo seis hijos, era un hombre fabuloso, también maestro, cuyo padre regentaba un almacén de pieles, del que Rogelio se ocupó afanosamente. Al casarse, se fueron a vivir al lado del horno de la Romualda, de ahí a Margallo, y de esa calle a la avenida de San Blas, donde reside desde el 28 de febrero de 1960.

Concesa, una de las vecinas que más tiempo lleva en la barriada, explica que aún habiendo superado «bastante bien» el confinamiento, «es una de las cosas más duras» que le ha tocado vivir. No escapa del dolor y la tristeza que esta crisis ha supuesto para tanta gente. «Nunca había pensado que sería testigo de algo semejante», confiesa. «Hemos vivido cosas fuertes, pero como esta, nada. Ha sido largo y muy para pensar en por qué estamos aquí y por qué debemos aprovechar los buenos momentos».

Concesa ha trabajado mucho en la parroquia, en las fiestas de San Blas, en Acción Católica. Y lo ha hecho activamente hasta que comenzó todo esto.

No olvida los años en que su marido se empleaba a fondo en el taller de tripas, que recogía del matadero y de otros pueblos de la provincia, y que la gente utilizaba para las matanzas. Era entonces San Blas un barrio en el que también vivían la señora Manuela, Paco, Ignacio Morato, Antonio Polo, los Carvajal...

Luego estaba la tienda de ultramarinos de Lázaro, la carbonería del tío Choto; la panadería de la señora Cándida, que preparaba coquillos para San Blas y vendía pan y chucherías para los niños, el cine de Población... Y de todo eso ha sido testigo Concesa, de todo eso y del coronavirus.