Comenzó con síntomas el pasado 31 de marzo, aunque el lunes ya notaba que algo raro ocurría. El miércoles, después de someterse a la prueba del coronavirus se confirmaron sus sospechas: estaba contagiada. Por si acaso la cacereña Amparo García ya se había aislado en su habitación el martes. Y allí sigue: «Aquí estoy, encerrada y cansada de estas cuatro paredes, que es lo peor», contesta a este diario desde el otro lado del teléfono. Vive en casa con sus dos hijos por lo que no sale ni un segundo de su dormitorio. No quiere ponerlos en peligro.

Amparo se infectó en la residencia Asistida, centro que dirige desde hace más de tres décadas y uno de los principales focos de la pandemia en la capital cacereña. El virus se ha cobrado la vida ya de 10 ancianos y en estos momentos 56 se encuentran en aislamiento (tiene 307 residentes). Además 12 trabajadores han dado positivo en el test y se encuentran de baja 46 auxiliares y seis enfermeras, aunque Amparo asegura que las vacantes se cubren.

Cuando aparecieron los primeros casos, explica, comenzó a aislarse a los residentes que podían haber estado en contacto con personas infectadas, pero fue imposible frenarlo. Aun así «la situación está controlada», afirma. Lo sabe de primera mano porque, a pesar de estar entre las cuatro paredes de su habitación, sigue trabajando. Su teléfono no para: «Me da rabia no poder estar allí pero a la vez fuerzas, soy hiperactiva y esto me tiene entretenida. Cada uno tiene que aportar su granito de arena».

Si hay algo de lo que se siente orgullosa es del trabajo de la plantilla de la residencia. «Están trabajando muchísimo, doblan turnos. La situación está controlada por el esfuerzo que se está haciendo. Si pudiera les aplaudiría a todos por la ventana de mi cuarto porque trabajar en esas condiciones es durísimo y lo están haciendo muy bien», reconoce.

Agradece la ayuda desinteresada. Les han llegado hasta Equipos de Protección Individual completos procedentes de China que les ha entregado Liberbank gracias a la intermediación de dos trabajadores. También les ha ayudado el equipo de Rugby.

De tanto hablar de la residencia casi se olvida de que ella está sufriendo en primera persona este virus. Ha perdido el olfato y el gusto, no le apetece comer y dice que siente dolores musculares y mucho cansancio. Se le nota en la voz. Al que lo esté pasando le recomienda «que se arme de paciencia porque se pasan malos ratos pero se sale, claro que se sale. Vamos a poder con él», insiste. Y sueña, cuando venza al virus, con abrazar a sus hijos y con ir a su despacho en la residencia para tomar de nuevo las riendas: «Estamos deseando poder decir que uno de los nuestros se ha curado». Ojalá sea pronto.