El hielo se ha podrido en el congelador, como lo hacen los lirios de la Ribera del Marco cuando llega el calor y el caudal baja, y el sol atiza y nos guiña los ojos y crece el esparto. Hacía tiempo que el hielo no rompía en la copa, ni el gas jugueteaba a su lado mientras el ron iniciaba la carrera hasta el fondo de la copa, deseosa del brindis del regreso.

Fuera, en las terrazas, se vive un espectáculo dantesco. Los hosteleros de la ciudad suplican que los clientes no las asalten, que guarden su turno, que esperen a desinfectar las mesas y las sillas para evitar la propagación del virus. Pero no importa: un grupo se apelotona en uno de los bares de San Juan: brindan, se abrazan, comen del mismo plato, toda una orgía de tenedores que no saben lo que es el miedo.

Lucrecia comparte en su red social este mensaje: "Creo que no he leído nada tan cierto en toda la cuarentena. Que una sociedad en plena pandemia, con más de 26.000 muertos, esté obsesionada con las terrazas de los bares muestra el nivel de frivolidad e irresponsabilidad en el que nos encontramos".

Al otro lado, los críticos increpan a Lucrecia. Sacan de su baraja argumental que hay que darle de comer a los hosteleros, aunque lo hagan sin mascarillas, ni guantes, ni distancia que valga. Oh, épico canto al hostelero, que debe ahuyentar con exquisita educación a quienes se suman al jolgorio del desconcierto y les importa un carajo la Fase 0 o la Fase 1 o los encuentros en la tercera fase de Steven Spielberg.

Y no se trata de no salir, qué va. Se trata de hacerlo con garantías. Sí, porque las garantías darán de comer a la hostelería, y no será el pan para hoy y el hambre para mañana.

"Escucho las campanas de Jerusalem, los coros de la caballería romana están cantando". Es la música del Coldplay más allá del balcón mientras el delirio continúa en los veladores del centro de la ciudad.

Dentro, Jorge Drexler suena pausado al ritmo del ron que sigue cayendo en la copa, rompiendo su color dorado de barricas de roble donde se almacenó al envejecer. Rebota contra el hielo bajo el neón de un letrero de cartón que dice: 'No olvides ser feliz'. De eso se trata, de ser feliz a dos metros de mí.