Cuatro personas aguardan su turno a las puertas de la Floristería Mari Leo, que está en la entrada del cementerio de Cáceres. Sobre ellos un cartel que dice: ‘El que vive y crece en mí, no morirá eternamente’. Es un mensaje que en esta mañana de mayo, donde aprieta justiciero el sol, se torna más vacío que nunca, porque dentro hay 81 nichos correspondientes a las víctimas de la pandemia, la mayoría de ellos sin lápida, que se confunden entre las más de 20.000 sepulturas que desde 1844 llenan los 35.000 metros cuadrados del camposanto.

Los muertos del coronavirus se reparten en los patios 1 y 2 de este lugar que ha reabierto tras el cierre por el confinamiento. Montaña Cristiano vende flores. Desde que volvió a su actividad el 11 de mayo apenas ha preparado un 10% de ramos para fallecidos por la covid, porque la gente aún tiene pavor de acercarse al sitio donde dicen que sus familias reposan en paz.

María Francisca Mancebo perdió a su marido, Manuel Flores, hace un año. Hasta antes de decretarse el estado de alarma visitaba a diario el cementerio. Ahora, de luto riguroso y con mascarilla negra, ha vuelto a su cita. Arregla las flores, reza un responso y se pierde entre una hilera de cruces de mármol.

Más allá, Paqui Pavón respira profundo. «Tengo aquí a mucha gente, a mi suegro, a mi hermana que se fue con 2 años...» Antes también venía cada día. «Desde que murió mi madre acudía de lunes a domingo. Me decían que ahora aprovechara para dejar de hacerlo, que de poco valía, que no los iba a sacar de donde están, pero a mí me reconforta».

Ella no ha sufrido el azote directo de la enfermedad, sin embargo ha padecido la tristeza que supone no contemplar la tumba de quienes te importan. «Aunque los hayan metido aquí, que no los dejemos olvidados».

Su voz retumba a pocos pasos de la zona más antigua, en la que se acumulan los panteones de las familias más acomodadas de la capital. Como el cementerio se quedaba pequeño, hubo que enterrar a la caravana imparable del virus en los nichos que estaban libres. «Aquí se concentran casi todos», explica el encargado, Miguel Ángel Muriel.

La furgoneta de una empresa de mármoles y granitos toma medidas y según avance la desescalada irán instalando el sello perpetuo de la fría piedra que engalane su recuerdo. Teresa, Bernardo y tantos otros, nombres escritos en papeles en blanco que cuelgan de las sepulturas. «Ayer hubo dos entierros, ninguno por coronavirus. Hoy no tenemos». Nada que ver con los días anteriores y posteriores a la Semana Santa, donde en siete jornadas hubo 29 enterramientos.

El 17 de marzo fue el primero. «Era una señora de Cáceres que trajeron de Badajoz», dice Muriel mientras señala las tres coronas de flores con las que el ayuntamiento homenajeó a los difuntos. Ya se han secado. De ellas quedan los lazos donde en vez de ‘covid’ escribieron ‘covit’, qué más da la ‘d’ o la ‘t’ si la muerte no entiende de gramática.

En el nicho 1.444 está María de los Ángeles García Rentero. Ella se había casado con Alfonso Jordán, que murió con 54 años y fue uno de los hombres de confianza de los fundadores de la Banca Sánchez. Tuvieron tres hijos: Alfonso, Elvira y Carlos. Como Elvira vive en Madrid no pudo despedir a su madre, que pasó los últimos años en una residencia junto a su cuñada Paqui. Estaban todo el día juntas. Ambas fallecieron por coranavirus.

«Era una mujer llena de virtudes, alegre, dicharachera, encantadora y extrovertida», relata Carlos, mientras junto a la tumba muestra una fotografía de su madre. «Esto ha sido un trance terrible. Llevábamos dos meses sin visitarla. Seguro que se marchó sin poder comprender por qué de pronto habíamos dejado de ir a verla. El grado de desesperación y angustia precipitó su muerte».

Con entereza, asegura que la crisis sanitaria le ha enseñado que la vida «es tan frágil que la mitad de las cosas que tanto nos preocupan no merecen la pena. Hay pérdidas que te dejan gran huella. No entraré en otras consideraciones», zanja al despedirse. Al lado, en una lápida, esta vez con nombre, se puede leer: ‘No me lloréis, buscadme en el Reino de los Cielos». Fuera, la brigada de Obras cubre de alquitrán la carretera. Sigue apretando el sol.