El coronavirus llegó a la región de manera inesperada. Los primeros cuatro casos se conocieron el 1 de marzo y en dos semanas se multiplicaron por diez. La situación pilló de improviso y colapsó los hospitales. En el área de salud de Cáceres, la más castigada por la pandemia ingresaban unas 40 personas al día con afectaciones muy graves.

Médicos, enfermeros, auxiliares, celadores,… no daban abasto. El estrés al que están acostumbrados en su trabajo se multiplicó por mil y se mantuvo durante dos meses. Jornadas maratonianas, trabajando sin descanso bajo unos trajes con los que era imposible respirar, con tres mascarillas, doble guante, gafas, pantallas,… Para intentar salvar a los pacientes, pero muchos morían. Como dice el jefe de Medicina Interna del complejo hospitalario de Cáceres, Carlos Martín, era como si hubiera en el hospital un francotirador que quisiera acabar con la vida de casi todo el que entraba.

La historia se repite en las residencias de ancianos, donde el virus se propagaba más rápido que el fuego. En este caso afectando a los más vulnerables. No se les olvidará lo que han vivido y les pasará factura. Lo dice la psicóloga Ana Belén Guisado, que ha coordinado un programa de intervención en emergencia puesto en marcha con el colegio de psicólogos de Extremadura, para atender a todas las personas que necesitaran ayuda emocional provocada por la pandemia. Han atendido 569 llamadas, entre ellas también de sanitarios que trabajan en hospitales, en residencias de ancianos y en centros de personas con discapacidad.

La mayor preocupación entre las personas que han trabajado en primera línea era el temor a contagiar a sus familiares, sobre todo al principio, cuando faltaban medidas de protección. También solicitaron asistencia a este dispositivo sanitarios que se habían contagiado, que mostraban su angustia por la vuelta al trabajo. «Temían por haberse contagiado y poder contagiar a su familia pero a la vez tenían un sentimiento de culpa por no poder trabajar en el momento que estaban viviendo», destaca Guisado.

No ha sido el sector que más ha requerido su ayuda en el programa, quizá porque en ese momento no podían si quiera permitirse pensar que necesitaban terapia. Pero sí la van a precisar a partir de ahora, cuando todo ha parado un poco. Son profesionales que están acostumbrados a trabajar con estrés y a tomar decisiones rápidas pero el volumen y la manera en la que se ha desarrollado todo, ha llevado a que ese estrés se haya mantenido en el tiempo. «El estrés puntual es bueno, nos ayuda a la acción, nos permite estar activos y responder de forma positiva, pero cuando eso se mantiene mucho en el tiempo puede conllevar secuelas como un trastorno de estrés postraumático», explica Ana Belén Guisado.

Muchos ya lo sufren

De hecho ya muchos están experimentando ansiedad, falta de sueño, tristeza, angustia y recuerdan a menudo los momentos que han vivido. Son como flashback, de repente, mientras realizan cualquier actividad cotidiana, regresa a su mente una situación de estrés sufrida. Todo esto es natural si no se extiende en el tiempo. La línea roja está en si se alarga; si perdura más de dos semanas o un mes es una señal de alerta de que se requiere una atención especializada. «Lo que está claro es que, desarrollen trastornos o no, van a necesitar digerir y ventilar todo eso que han vivido y que han sufrido tanto a nivel emocional como a nivel físico», agrega la coordinadora del programa.

El dispositivo se puso en marcha el 17 de marzo en Arroyo de la Luz pero poco a poco fueron recibiendo llamadas de habitantes de otras poblaciones, así que extendieron la intervención a toda Extremadura. 18 profesionales han atendido a todo tipo de personas durante casi 80 días, hasta que Extremadura entró en la fase 1. Llamaban adolescentes, preocupados y angustiados por poder seguir el ritmo en un curso escolar que se está desarrollando de manera online. Jóvenes que habían perdido su trabajo o estaban en un ERTE, preocupados el futuro, por esa incertidumbre laboral que les provocaba angustia por cómo mantener a su familia.

También padres que observaban en sus hijos cambios de conducta. «Los niños exteriorizan sus problemas de una manera distinta. Ellos también se angustian y se agobian y lo expresan así. Les decíamos a los papás que es muy importante que ellos estuvieran bien porque su angustia y su estrés se transmite a los pequeños. Y hacíamos hincapié en la importancia de las rutinas, pero relajadas», señala.

Los mayores y el duelo

Han atendido llamadas de personas mayores, preocupadas por sus seres queridos, a los que no podían ver. Y por la soledad. Y de familiares que necesitaban superar el duelo. Quizá, recuerda Guisado, lo más impactante de esta pandemia. «El duelo es una de las situaciones más dolorosas por las que pasamos todas las personas pero en estos momentos tenía unas connotaciones especiales, con los velatorios cerrados, no se podía acompañar a los enfermos y los funerales con pocas personas. Estamos acostumbrados a compartir y a sentir el apoyo de la gente que nos rodea», dice.

«Las intervenciones perseguían el desahogo y la ventilación a nivel emocional, para que pudieran sacar los miedos y las emociones. Las personas somos muy resilientes, tenemos capacidad para afrontar y rehacernos ante las situaciones que nos golpean, por eso hay que buscar qué habilidades tenemos», insiste Guisado.

Han escuchado decenas de historias. Y muchas les han dejado tocados. Por eso también pusieron en marcha un programa para el autocuidado de ellos mismos. Cada cierto tiempo llevaban a cabo una terapia conjunta para sacar lo que llevaban dentro, esas historias que tampoco ellos olvidarán nunca.

«El síndrome de la cabaña tiene que ver con la incertidumbre»

A la psicóloga Ana Belén Guisado no le gusta poner nombre a todo lo que nos ocurre, porque no siempre se trata de un trauma o de una enfermedad. Por eso tampoco comparte el conocido como ‘síndrome de la cabaña’, ese que están experimentando muchos ciudadanos a los que les cuesta recuperar la normalidad. Se han dado cuenta de que en casa, en el fondo, no se está tan mal. Pero esto, más que un síndrome, cree Guisado, tiene que ver con la situación que estamos viviendo. «Tenemos que volver a esa normalidad, que efectivamente es nueva porque volvemos a trabajar con medidas nuevas y partiendo además de la idea de que esta situación no está resuelta. Volvemos a salir, recuperamos nuestra vida, pero no hay vacuna, no sabemos si va a haber un rebrote y vamos a tener que volver a un nuevo confinamiento,…», dice la especialista.

Todo eso provoca «inquietud y ansiedad». «De pronto la novedad era quedarnos en casa pero eso se ha vuelto, después de tres meses, en nuestra normalidad, en nuestro rincón seguro. Y ahora tenemos que volver a salir de la que era nuestra normalidad pero con muchas dudas», agrega.

Ha atendido casos de padres que llamaban preocupados porque sus hijos no querían salir a la calle, algo que no debe preocupar. «Están bien en casa, haciendo cosas que les gustan y saben que si salen no pueden ir al parque, no pueden estar con sus amigos,... Se recomienda no forzar», insiste. Lo mismo que a los adultos. Si no se siente esa necesidad de salir a la calle no hay razón para hacerlo. «Hay que ir afrontándolo poco a poco y que cada uno vaya viendo cuáles son las necesidades que tiene».