La batalla en Urgencias del San Pedro de Alcántara comenzó a librarse el 9 de marzo. Hasta entonces nadie se imaginaba lo que estaba por llegar. Ese día, tal y como cuenta Verónica Correa, enfermera de este centro hospitalario cacereño, ingresó la primera paciente de Arroyo de la Luz, que falleció a los pocos días. Su ingreso fue solo el inicio porque durante las dos semanas siguientes llegaron a estas Urgencias decenas de pacientes al día con síntomas de coronavirus y con una afectación considerable. «Fueron dos semanas durísimas, de avalanchas y sin apenas espacio físico para ubicarlos a todos», reconoce Correa. La mayoría de los enfermos acudían ya derivados desde sus centros de salud o el 112: «No ha venido gente por su cuenta y eso ha hecho que no se colapsara, aunque ha sido muy duro», insiste.

Ese primer día cogió a la plantilla desprevenida. Ya existían protocolos pero el hospital no estaba aún preparado para la avalancha de pacientes que llegó, por lo que el pico de contagios del personal sanitario se concentró esa jornada. «Preguntábamos a la gente que venía con síntomas si había estado en China o en Italia pero entonces no sabíamos que teníamos el foco en Arroyo de la Luz. Ese día se contagiaron muchos compañeros. La mujer de Arroyo de la Luz tenía una carga viral enorme y cayeron enfermeros, auxiliares y médicos», añade. La mayoría de los que estuvieron en contacto directo con ella. Después de aquello aprendieron y, a toda persona que llegaba a Urgencias, se le trataba como un posible infectado y se les aislaba: «Aunque fuera una cefalea, ya no te fiabas de nada».

Han sido días duros. En un turno (hay tres en cada jornada laboral) llegaban a ingresar medio centenar de pacientes. «No dábamos abasto», reconoce. Al volumen de ingresos se suma la dificultad de trabajar con los Equipos de Protección Individual (EPI), que tienen que ponerse y quitarse cada vez que se atiende a un enfermo de coronavirus. «Tienes muchas limitaciones de movimiento, la pantalla facial se empaña y no ves bien, doble guante,… Las marcas se te quedan literalmente en la cara. Es todo muy tedioso pero con los días hemos cogido una destreza importante», reconoce a este diario.

Urgencias reorganizadas

Todo esto ha llevado a la reorganización total de las Urgencias del San Pedro de Alcántara, que en estos momentos tiene todas las dependencias habilitadas para pacientes positivos (el resto de las Urgencias se atienden en el Universitario). Así, la sala de espera de las urgencias pediátricas está ocupada por sillones con enfermos, al igual que la sala de espera ubicada dentro del hospital (frente a las urgencias pediátricas). Y los boxes y la sala de tratamiento están preparados con camillas para los ancianos o las personas que tienen peor diagnóstico. Además en las salas de observación hay cuatro camas para aislados.

En los peores momentos ha habido incluso que utilizar la zona de rehabilitación. Lo único que no está reservado para el coronavirus son los boxes vitales (para Urgencias de otro tipo) y el quirofanillo, por si ingresa alguna persona que necesite una intervención rápida (algún corte profundo en el cuerpo, por ejemplo, que requiera dar puntos de sutura).

«Nos hemos apañado bastante bien, incluso los días malos hemos acoplado bien a los pacientes» afirma. Algunos han tenido hasta que pasar la noche en Urgencias en una camilla o en un sillón a la espera de que se recibieran los resultados de la prueba (al llegar lo primero que se les hace es el test, que se envía a Microbiología para su análisis). «Los pacientes han sido muy comprensivos, han pasado hasta 15 horas esperando en una silla pero no llamaban por no molestar», añade. En esas jornadas caóticas ha sido imposible darles la compañía que merecían.

Lo peor, los fallecimientos. El Servicio Extremeño de Salud ha creado un comité con médicos residentes y enfermeras, todos voluntarios, que son los encargados de dar la mala noticia a los familiares. «Es muy duro, tienes que hacer de psicólogo con los pacientes, con los compañeros y con los familiares», explica. Ella también ha tenido días de bajón (el virus se llevó a una amiga suya), pero intenta ser positiva. «Tengo compañeros que psicológicamente están hundidos y tenemos que tirar unos de otros. En el turno hay muchos que salen a la calle a llorar y vuelven a entrar. Si de esto sacamos algo positivo es que en Urgencias hemos hecho una piña, nos apoyamos todos mucho», añade.

Desde hace una semana empiezan a ver la luz. Se ha reducido mucho el volumen de ingresos. Ahora les da hasta tiempo de hacer videollamadas con los pacientes y sus familiares. «Vivimos en una calma tensa pero no hay que relajarse. Lo que queremos es que termine esta maratón y vamos por el kilómetro 23», añade. Y cuando esto acabe, solo desea ver a su familia y a sus amigos, aunque sea sin abrazos, y dedicarse tiempo a sí misma. «Me voy a ir una semana a Marbella a que me tuneen, necesito relajarme», dice antes de despedirse. Es su deseo, pero, para que se cumpla, primero hay que cruzar la meta para dar por terminada esta maratón: Vencer a esta pandemia.