Su experiencia sirve de esperanza para aquellos que enfermen gravemente, porque él lo ha estado y ha salido. Javier Aguas es es vicario de la parroquia de San Juan de Ribera de Badajoz y capellán en el Hospital Universitario, donde espera volver pronto.

Se cumple una semana desde que recibió el alta del hospital. A raíz de su positivo aislaron y desinfectaron la capilla. Javier Aguas empezó a encontrarse mal el viernes 13 de marzo. Tenía fiebre y molestias en la garganta y como persistía llamó al 112, lo derivaron al centro de salud y le hicieron seguimiento. Dio positivo y siguió confinado en su habituación con paracetamol, pero le salió una erupción por todo el cuerpo que aunque es una manifestación muy atípica, se están comprobando reacciones dermatológicas del Covid-19. No tenía molestias ni picores. Aun así le enviaron una ambulancia y el viernes por la noche ingresó en el hospital. Las placas revelaron una neumonía bilateral. Esa madrugada inició el tratamiento con los retrovirales del VIH y la medicación de la malaria. «El problema era que no reaccionaba, aunque los médicos me daban ánimos».

El miércoles empezaron a retirarse las décimas y tan buena fue la evolución que el viernes le dieron el alta. Ha estado grave. «Me he librado por los pelos», dice, sin ocultar el buen ánimo, porque ahora está bien. «Tenemos que dar tiempo a que el fármaco haga su efecto, empecé poco a poco y ya estoy en casa sin tratamiento y sin nada». Dio negativo y ahora debe pasar una segunda cuarentena porque durante un tiempo es portador, puede contagiar y no está constatada la inmunidad.

Vive con su hermano, que también dio positivo, aunque es asintomático. Solo un día se despertó mareado. Javier permanece en su habitación y su hermano en el resto de la vivienda. Según le han explicado, la diferencia estriba en el tipo de contagio, pues posiblemente su hermano fue por contacto y él por una descarga viral bastante fuerte. Como capellán tiene relación directa con los enfermos, pero cuando le ocurrió todavía no había muchos casos en el hospital, por lo que no sabe cómo pudo ocurrir el contagio. «Nosotros en nuestro trabajo, como somos personal que nos movemos de una planta a otra y llevamos bichillos, desde que empezó esta crisis tomamos precauciones, ya no llevábamos con tanta frecuencia la comunión e íbamos a las plantas indispensables», explica.

Siente especialmente no poder estar en estos momentos en el hospital apoyando al personal sanitario, que no solo está expuesto al contagio, sino por la «carga psicológica» que soporta «cuando vuelven a sus casas con sus familias». Anhela volver, dice, para hacer lo que han hecho con él. «Yo me he sentido muy acompañado, porque sé que ha habido mucha gente rezando por mí. Eso es lo que tenemos que hacer ver: que nuestra oración acompaña mucho al enfermo».