Julia ha cumplido al fin su sueño. Hace unas semanas había sido protagonista de este minirelato callejero de la pandemia cuando hablaba de lo mucho que echaba de menos al peque. En Twitter nos trajo la buena nueva: "Hoy he visto a mi sobrino después de dos meses y hemos hecho lo típico, hemos estado media hora buscando una vaca, estaba detrás del sofá".

Ver a tu sobrino al final de tanto tiempo de encierro es algo así como un coro celestial, ese momento en que tu corazón deja de caminar fuera de tu cuerpo y una orquesta de bienaventuranzas te conduce al paraíso a lomos de un caballo ungido por la fuerza del espíritu. Abrir las manos, prender fuego a lluvia cuando arrecia el temporal, sellar las grietas, encontrar la pieza que te faltaba, la razón por la que amas.

Eso ha sentido Julia mientras revisaba los rincones de la casa, se agachaba para divisar los huecos de las estanterías, movía las sillas, levantaba los cojines. Y finalmente allí estaba, el milagro, el muñeco vaca del peque, que acariciaba entre sus manos, feliz por haber ganado la batalla a ese animal negro de manchas blancas, que es fundamental para que mami le prepare el Cola Cao.

Julia reía, reía a carcajadas mientras regresaba a casa y veía una y otra vez las fotos de un móvil cargado con el brillo poderoso de los ojos de su sobrino. A las puertas del Bazar Oriental de la calle Gómez Becerra una larga cola esperaba la entrada. Si es que lo que no consigan los chinos...