En el Camino Llano, donde estaba el bar El Labrador, vivían muchos vecinos, como Juan Pacheco, Tomás Marín, que era hermano de Escolástica y que estaba casado con María Salas, los Cordero, que tenían la tienda de muebles en Virgen de la Montaña, los Suero, que el padre era veterinario... Por allí estaba el bar Machaca, el bar Borrego, el bar Cali de Calixto Cañamero, arribaban los coches de línea de Quevedo y se vendían corderos y borregos, así que la zona estaba siempre muy concurrida.

Santiago, uno de los hijos de Juan Pacheco, estudió en el llamado Colegio de los Curas, que era el Paideuterion, algunos de cuyos prelados ejercían el sacerdocio en San Mateo. En aquel centro de la calle Sierpes le dieron clase don Santiago, don Faustino o el señor Julián, que era padre de Ovidio el de Maphre. Como Juan, el padre de Santiago, murió muy joven, el chaval tuvo que dejar la escuela pronto porque había que aportar dinero en casa, de modo que se hizo monaguillo en San Juan, donde estaban como curas don Máximo Sánchez y don Teodoro Rebollo.

En aquella época llegaban hasta San Juan muchos estudiantes a aprender latín, así que el monaguillo siempre echaba una mano en las clases, en las misas, en los bautizos, las comuniones, las bodas y los entierros, vamos, que los monaguillos eran pluriempleados. El monaguillo, por ejemplo, tenía una tarea encomendada: darle fuelle al órgano para que el organista pudiera tocarlo en cada ceremonia. Santiago era un niño avispado que aprendió pronto y bien aquel oficio, tan bien que hasta cantaba misa en los funerales entonando aquello de Domine sancte, pater omnipotens.

Santiago se metió en la peluquería de Juanito Barra que estaba en la calle Pintores y que por entonces era la peluquería de caballeros más distinguida de toda la ciudad. Juanito había afeitado y cortado el pelo a Franco cuando el Generalísimo vino al palacio de don Gonzalo Montenegro Carvajal, noble cacereño al que por cierto Santiago, que entró como niño de los recados en la peluquería de Juanito Barra, debía enviarle cada noche un ejemplar de ABC a don Gonzalo para que lo leyera en su finca de Las Golondrinas de Torremocha. El pequeño Santiago cogía el ABC y lo llevaba al edificio de Correos de la calle Donoso Cortés para que el diario llegara puntual a su cita nocturna con don Gonzalo.

A Juanito Barra, que vivía en Diego María Crehuet, le gustaba salir el primero de todos los entierros y si no salía el primero se contrariaba. Juanito era un buen tipo. En su peluquería Santiago fregaba el suelo, iba a comprar el tabaco a los clientes, cepillaba el abrigo a los señores y les ayudaba a colocárselo.

Entretanto Santiago aprendía a cortar el pelo. Pero no podía enseñarse en la misma peluquería porque entonces estaba mal visto que los aprendices metieran las tijeras en las cabelleras de tan distinguidos clientes, así que cada sábado por la tarde Juanito lo enviaba a Casa Jovita, una peluquería que estaba en la esquina de San Juan, donde está la Joyería París, y allí fue donde Santiago se soltó definitivamente.

Luego Santiago fue camarero de Metro, la cafetería del Quiosco de la Música de Cánovas, que era una cafetería con una barra circular, que abría sobre las cinco y media y las seis de la mañana y donde también trabajaba Andrés Muriel, que preparaba como nadie la lecherada, la granizada y la mantequilla.

Pero Angel Gómez Martín no solo regentaba Metro, también era dueño de Metropol, restaurante que abrió enfrente de Metro, donde estaba Mendieta y ahora está Urvicasa. Metropol lo decoró Antonio Girardi, que entonces era el decorador de moda de la ciudad, venido de Valencia y casado con Paquita, del bar Yuca. Antonio puso muy bonito y elegante el Metropol, que hasta servía bodas. Allí se metían los médicos a jugar al dominó cuando terminaban sus consultas y era un hervidero de clientes.

Los primeros cafés que Santiago servía en Metro iban destinados a las casas de citas de la calle San Felipe, más allá de Obispo Galarza, que era un barrio donde abundaban mucho las casas de citas y había lo menos 10. Cuentan que las vecinas de la calle Parras aleccionaban a sus hijos antes de salir a la calle con esta tremenda frase: "Niños, más allá de Obispo Galarza no crucéis porque allí viven las mujeres malas".

A Santiago le tocaba atender a todas esas mujeres malas , que no eran más que víctimas de una sociedad en la que trataban de ganarse la vida a costa de respetados clientes, que eran buenas y amables y que daban a Santiago unas propinas bárbaras. Nada más abrir el bar la madama de turno telefoneaba a Metro. "Santi, traiga usted cinco dobles de café y una docena de magdalenas para las chicas", decía la madama al otro lado del hilo telefónico. Y allá que iba el bueno de Santi cuando ni tan siquiera puestas estaban las calles con su bandeja llena de dobles de café y magdalenas en una mano y una jarra de leche ardiendo en la otra.

Una de aquellas mañanas, al abrir Santi la puerta del burdel, se topó con una de esas ebúrneas muchachas que portaba por ropa no más que una corbata atada al cuello que le llegaba hasta las ingles. La señorita, pasada de copas y sin mediar palabra, se lanzó a los brazos de Santi y, claro, las bandejas de café, leche y magdalenas rodaron por el suelo formando una zapatiesta de narices. "Qué apuro Santiago, no se preocupe usted que todo esto lo pagamos... y traíganos otra rondita por favor", suplicó la apurada madama ante tremendo desaguisado.

Finalmente abrió el Bar Salamanca, que estaba en Gil Cordero. Él fue uno de los hijos de este barrio del Camino Llano donde hoy los del bar Bartolo dejan todo a punto para entrar mañana en la Fase 1, la fase de la esperanza y de los reencuentros siempre a distancia y cubiertos de mascarillas, pero encuentros al fin y al cabo.

Hoy he visto mi barrio de otra manera, lo he visto con los ojos de un primerizo, como si fuera con una cartera llena de libros el primer día de entrada en el Padu.