Hay días que una se levanta con la sensación de que esta pandemia es un puro bucle. Los epidemiólogos y los políticos hablan de curvas, pero hasta donde yo sé, cuando se inicia un viaje y se vuelve al mismo punto de partida es un circulo. Y la sensación de déjà vu es tan real, que sólo el cansancio mental nos ayuda a darnos cuenta de que sí, de que lo que sucede ya lo hemos vivido, y de que estamos agotados.

Han pasado meses desde que se iniciaran los contagios y las muertes, pero no ha pasado lo peor.

Enfrentamos la segunda entrega de este mal sueño pensando que estamos más preparados, que sabemos más, pero erramos en lo mismo: las restricciones llegan siempre tarde. Fallamos sistemáticamente en la prevención y la autocrítica.

España va a exigir desde el próximo lunes, 23 de noviembre, una PCR negativa a los viajeros procedentes de zonas de riesgo. Las pruebas diagnósticas, que se tendrán que realizar en el país de origen y 72 horas antes de la partida, serán obligatorias para aquellos que hayan optado por el avión o el barco para entrar en nuestro país. Así lo dio a conocer el ministro de Sanidad, Salvador Illa, la semana pasada en el Consejo Interterritorial relativo a la Sanidad Exterior. ¡A buenas horas mangas verdes!

Hemos esperado al fin de la temporada alta de turismo y a estar en pleno pico de contagios de la segunda ola, con los hospitales y sus profesionales saturados, para rectificar e implantar un sistema más duro de entrada, que otros países como Alemania, Italia o Grecia están utilizando desde hace tiempo. Y la pregunta que flota en el aire es: ¿por qué ahora?

Ha habido comunidades autónomas que han estado pidiendo estas medidas de control desde antes de verano, para garantizar no sólo la seguridad de quiénes nos visitan, también la de los españoles.

«Rectificar es de sabios» y no pasaría nada por equivocarse, otra vez, en medio de la pandemia, si no fuera porque lo que nos están vendiendo como un endurecimiento de las condiciones para la entrada de visitantes, en plan «nos estamos poniendo firmes», suena más a paripé que a otra cosa.

Porque cerrar el grifo una vez se ha terminado de ordeñar la vaca del turismo es pura hipocresía. La historia y las cifras hubieran sido bien distintas si las nuevas normas se hubieran empezado a aplicar en los meses de calor, cuando los viajeros tenían las puertas abiertas de par en par en España, sin tener que acreditar de ninguna forma que no eran portadores del virus y sin tener que hacer al llegar cuarentena ni nada que se le pareciese. Terminado el buen tiempo, es previsible un descenso considerable en el número de extranjeros. El frío y el aumento de casos en muchos países del viejo continente, sin duda contribuirán a que muchos de ellos decidan quedarse este año en sus casas de cara a la Navidad. De manera que lo más probable es que los más afectados con las nuevas restricciones anunciadas por Salvador Illa van a ser los miles de expatriados que planeaban visitar a sus familias para celebrar la Nochebuena. Hacer frente económicamente a los vuelos y a la PCR no está al alcance de todos los bolsillos (el precio de esta prueba diagnóstica oscila entre los 100 y los 200 euros en la mayoría de los países europeos).

Y por otra parte está la paradoja del doble rasero, porque los viajeros que crucen la frontera terrestre, no estarán obligados a acreditar de ninguna forma que llegan libres de bicho. A mí que me expliquen qué base científica tiene eso, sobre todo teniendo en cuenta que los países que tienen acceso directo al nuestro por esta vía son Portugal y Francia, cuyas cifras de contagios no son precisamente bajas en este momento. En qué cambia la cosa cruzar los Pirineos en autobús o en avión para la propagación del virus, es sin duda digno de análisis.

Al final una tiene la sensación de vivir en El día de la marmota. El Gobierno central y los autonómicos niegan la mayor, sacan pecho y hablan de salvar empleos o la economía, cuando deciden no cerrar perímetros urbanos o decretar un nuevo confinamiento, pero cada dos por tres toca recular y tomar medidas más restrictivas, que siempre llegan tarde. Y así nos va. Un circulo vicioso del que parece que no vayamos a salir nunca.

* Periodista