Israel empieza su segunda desescalada. Tras cuatro semanas de confinamiento severo, la población israelí presencia la apertura de guarderías, comercios sin atención al público y servicios para llevar. Varios municipios, de mayoría ultraortodoxa, deberán esperar hasta el miércoles para emprender el desconfinamiento por sus elevados índices de morbilidad. Su constante subversión a las restricciones impuestas por el Gobierno israelí ha sembrado la polémica.

La ciudadanía israelí empieza a ver la luz al final del túnel de sus hogares con la reapertura de playas y parques naturales, y el levantamiento de los límites de movimiento a un kilómetro de sus residencias. También los templos sagrados vuelven a abrir para el rezo en un horario específico. "Esta vez, saldremos del cierre con precaución, de acuerdo con el plan establecido por los expertos del Ministerio de Salud", ha dicho el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu.

Se espera que la reapertura total del país tarde varios meses. Este polémico confinamiento ha facilitado la reducción en un 70% de los contagios por coronavirus con menos de 2.000 nuevos casos diarios. En un país de poco más de nueve millones de habitantes, la pandemia ha afectado a unos 300.000 israelís y ha provocado 2.202 muertes. Actualmente hay 33.488 casos en activo, la mayoría de ellos entre la comunidad ultraortodoxa que se resiste a acatar las restricciones. En las últimas semanas, ha protagonizado funerales masivos y enfrentamientos violentos con la policía.

Revolución contra Netanyahu

Uno de los líderes de la comunidad ultraortodoxa, el rabino Chaim Kanievsky, de 92 años, ha ordenado la reapertura de las escuelas de primaria desafiando las directrices del Ministerio de Salud. Kanievsky ha dado positivo por coronavirus después de violar las restricciones durante la celebración del Yom Kippur. "Le pido a la comunidad haredi que no violen las reglas", ha pedido Netanyahu este sábado, "la Torá santifica la vida, y hacer esto pone en peligro la vida".

Al grito de "revolución", miles de manifestantes se han concentrado este sábado a las puertas de la residencia del primer ministro exigiendo su dimisión. Durante cuatro meses, centenares de israelís se congregan para denunciar su pésima gestión de la pandemia y su implicación en varios casos de corrupción. Los intentos del Gobierno de limitar el derecho a manifestarse durante el confinamiento no han detenido este movimiento, que este fin de semana ha aglutinado a 26.000 personas en todo el país.

Las cifras de desempleo han aumentado un 25% en los últimos meses, arrojando al país a una preocupante crisis económica. Muchos de los que protestan cada semana frente a la residencia del mandatario en Jerusalén son propietarios de negocios, emprendedores o personas que han perdido su trabajo durante esta devastadora pandemia.