Calles, paseos, parques y avenidas recobran la vida a bordo de una mascarilla. Salir, salir y salir, o quejarse enfurecidamente porque han cortado los accesos a la carretera de la Montaña para evitar las aglomeraciones. Es curioso que la gente pierda tanto el tiempo en debates espurios, enardecidos en las redes sociales por aquellos que parece que tienen el suficiente tiempo libre como para poner en tela de juicio las actuaciones de la policía local, un cuerpo que está actuando con una vocación de servicio público que no es más que una gran lección para toda la ciudadanía.

Pero sí. El debate se centra en cuestiones segundonas, y parece que de pronto la ola de solidaridad está perdiendo enteros. Es la hora de la política. Ahora se hace política en todos los lugares, y todo se convierte en tribuna y púlpito de quienes únicamente velan por el interés personal y son incapaces de darse cuenta de la que está cayendo.

A mí me sigue enfureciendo con rabia contenida esta visión cortoplacista del mundo. Leo en el periódico a José María Brull, el director del Banco de Sangre de Extremadura, contando la evolución positiva del paciente que se ha tratado en la región con plasma de un curado de coronavirus. Leo también la labor que realizan las Misioneras Eucarísticas de Nazaret atendiendo a 48 familias cacereñas, muchas de ellas de clase media, que están en situación vulnerable y de cómo los cartones de leche escasean porque son bienes de primera necesidad en hogares azotados por una pandemia económica que hace aguas por todos sitios. Leo que el Instituto Municipal de Asuntos Sociales ha entregado casi 300.000 euros de ayudas y que atiende al teléfono a una media diaria de cien personas.

Y leo que hay gente cabreada por lo de la Montaña. Sí, leo.