Hace casi un año que ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y no hay día que no se acuerde de lo que vivió. El traumatólogo cacereño Alejo Leal (59 años) se contagió el pasado marzo de coronavirus y pasó 60 días ingresado en el hospital San Pedro de Alcántara, 53 de ellos en la UCI. Estuvo dos veces al borde de la muerte y la venció, pero su recuperación continúa a día de hoy, con rehabilitación y terapia a diario.

El covid ha dejado en Alejo secuelas a nivel neurológico y pulmonar con las que está convencido que tendrá que convivir para siempre. No es capaz de dar un paseo largo si no es con el oxígeno a cuestas, tampoco puede montar en bicicleta, una de sus grandes aficiones, y vive constantemente con la sensación de pérdida de fuerza en piernas y brazos, que los siente como adormecidos. «Soy consciente de que he llegado al máximo de mi recuperación. Soy una persona sensata y, como encima soy médico, veo las cosas más claras. Esto es lo que hay y hay que aprender a convivir con las limitaciones que tiene cada uno», reconoce.

Desde que entró en aquel hospital su vida ha dado un giro de 180 grados. Las secuelas no le permiten trabajar a jornada completa y tampoco puede realizar operaciones de gran calado precisamente por esos efectos del covid. Pero dice que la enfermedad también le ha cambiado a mejor. «Como humano me ha mejorado porque soy mucho más comprensible, veo más lo positivo y soy más amable con la gente», asegura.

Su paso por cuidados intensivos le ha dejado marcado. Por las noches tiene pesadillas con lo que vivió: «en la UCI me daba cuenta de que me asfixiaba y que me moría y tengo pesadillas con ello», cuenta. Pero quiere pensar en positivo: «no quiero dar pena a nadie, quiero compartir alegría, estoy aquí. Duermo mal, pero esas pesadillas no me han matado ni me han quitado la vida. El 90% de las vivencias que tengo al salir de la UCI son positivas».

Ha ido paso a paso: «Cada día me marcaba una meta, cogí el coche, subí con la bici y con mi oxígeno a la Montaña o me metí en quirófano cuando me vi preparado», señala. Aunque su mayor reto en este tiempo ha sido volver a caminar. Le costó tres meses poder levantarse de la silla de ruedas y mantenerse en pie. Hasta entonces no tenía fuerza en las piernas ni controlaba el equilibrio. Ese día se emocionó. «Mis primeros pasos fueron maravillosos, como cuando tienes un niño y da sus primeros pasos», recuerda. «Cuando salí no podía coger un papel, era un objeto muerto. Con una sábana me cogían y me tumbaban en la cama, no podía levantar ni siquiera la mano de la cama porque la atrofia muscular que tenía era bestial. Mis hijos y mi mujer me daban la vuelta en la cama porque yo no podía», asiente.

Sin embargo, no fue consciente de lo que había sufrido su familia mientras él estaba intubado y sedado hasta que ingresó su cuñada (hermana de su mujer), Magdalena González, pediatra cacereña que falleció a principios de diciembre. Fue un momento de reflexión muy importante. «Era una persona extraordinaria, una madre para todos sus hermanos. Ha sido vivir esto una segunda vez, por eso mi familia lo ha pasado tan mal. Han vivido mi primera vez y luego con ella y con un final muy malo, porque por lo menos a mí me tienen aquí y el esfuerzo y el sufrimiento ha merecido la pena». Su cuñada Nena (como la conoce su familia) le escribía desde la UCI: «me decía ‘cómo te entiendo Alejo’. Era muy duro para mí porque sabía por lo que estaba pasando y le estaba pasando a una persona tan querida para mí».

La pesadilla continúa, porque actualmente la que lucha contra la enfermedad es su hermana. Por eso hace unos días recordaba el momento en que volvió a nacer en las redes sociales. Subió una fotografía del día que regresó a casa tras su paso por el hospital, para concienciar a la gente de que el virus sigue ahí. «Hay que recordarle a la gente que esto no se ha acabado, no hemos ganado ni el primer ‘round’ y ya están cantando victoria. Hay que seguir luchando. Hay que hacerle ver a la gente lo mal que se pasa. En todo momento he intentado animar para que vean que de esto se puede salir pero sobre todo hay que animar a la gente para que vean que en esto no hay que entrar, sino que hay que protegerse, la prevención es fundamental. Pero sales y están todas las terrazas llenas, gente sin mascarilla o mal puesta. Mucho cuidado que podemos tener una cuarta ola y se sigue muriendo mucha gente», advierte.

Pasará la Semana Santa en casa, como ha hecho durante estos doce meses, en los que ha reducido su vida social a prácticamente nada. «La Semana Santa este año debería borrarse del mapa; y eso que soy un apasionado de ella. Si hay que dar ayudas, entre todos tendremos que aportar pero creo que la salud es lo primero, ¿qué preferimos llegar a cuatro millones de parados o a cuatro millones de muertos?», se resigna.

Lo dice alguien que ha comprobado lo peor de esta enfermedad. Alejo no se olvida de la UCI. Al equipo que le atendió le escribió hace poco una carta de agradecimiento. «Les daba las gracias porque nunca había tenido dos meses de vacaciones y me habían tratado mejor que en ningún hotel», bromea. Después ha vuelto al hospital, a aquella planta, y asegura que fue muy emotivo: «les estaré eternamente agradecido por todo lo que han luchado por mí. Estuve dos veces a punto de morir y apostaron por mí. Son como unos segundos padres porque me han dado otra oportunidad de vida».