El calvario comenzó el pasado 16 de marzo. Su padre, de 86 años, ingresó en el hospital San Pedro de Alcántara con problemas respiratorios. Le realizaron dos veces la prueba del coronavirus, pero ambas fueron negativas. El diagnóstico se quedó entonces en una neumonía y lo llevaron en la segunda planta. De allí lo trasladaron a la octava y dos días después decidieron cambiarlo al hospital Universitario puesto que había que dejar espacio en el San Pedro de Alcántara para los pacientes infectados por el covid-19.

No mejoraba. Por las mañanas seguía levantándose con mucha fiebre por lo que, ya en el Universitario, deciden someterle de nuevo a la prueba. Esta vez sí dio positivo. Fue entonces cuando empezaron los problemas. Su padre respiraba con mucha dificultad y su saturación se encontraba al 40% (lo adecuado y saludable es entre 95% y el 100%). Había empeorado. Ese día la doctora de la planta le comunica que se había decidido sedar a su padre pero que necesitaba su consentimiento: «Le dije que no podía tomar esa decisión solo, que tenía que hablar con mi madre y mi hermana y le pedí verlo», cuenta Diego Bautista.

Los profesionales le dotaron de un equipo de protección (mascarilla, traje y guantes) y acudió a la habitación de su padre. Habló con él desde la puerta. «Estaba consciente y helado de frío pero hablé con él, no entendía nada», cuenta. Estaba semidesnudo, con las ventanas de la habitación abiertas, pero su hijo no pudo ayudarle al no poder acercarse más a él. Tampoco lo hizo el personal, saturado con todo lo que está ocurriendo.

«Allí se quedó, tiritando». Entre lágrimas rogó al médico que le aguantara hasta el día siguiente y solicitó permiso para que su madre pudiera ir a verlo.

Le visitó esa noche. También desde la puerta habló con él y le dio ánimos. Ante esta situación se negaron a dar su consentimiento para desahuciarle. Al día siguiente, por la mañana, recibió una llamada de su padre pidiendo ayuda. «Por favor hijo, estoy aquí solo, nadie viene a verme ni a atenderme, me dijo. Pedí que me dejaran entrar pero no podía», señala. Ese día les atendió otro médico que descartó sedarle: «Lo que han cometido es una negligencia, probablemente mi padre al final morirá pero así no eran las formas», añade.

Otro traslado

Otro trasladoEse día (este martes) le comunicaron que se había decidido el traslado de su padre al hospital Virgen de la Montaña, donde se han habilitado 30 camas para infectados de coronavirus. Se lo llevaron por la noche, donde permanece ingresado en la primera planta con otras dos personas más en la misma habitación, también de avanzada edad. Desde entonces no pueden verlo y solo reciben información sobre su estado una vez al día (el médico llama a los familiares en torno al mediodía). «Están desbordados, a mi padre no le dan de comer porque en el informe que se hizo en el otro hospital ponía que tenía dieta restringida porque saturaba mal, pero la saturación ha mejorado y no se lo cambian. No quiero culpar a nadie, solo quiero que atiendan a mi padre», añade.

En la habitación su padre se siente solo. «Mi padre ha llegado a pedirme que le dejemos morir, que esto no lo aguanta.

Es muy duro», reconoce. Dice que físicamente no consigue remontar. Casi no respira. Y psicológicamente está hundido: «Nos sentimos desamparados, nunca pensé que iba a vivir esto. Es como cuando tienes un accidente de coche y la persona que va contigo está agonizando pero tú no puedes ayudarla. Así me siento yo. Le debo la vida a mi padre y le prometí que no le dejaría solo. Sé que se va a morir y no puedo hacer nada», se reafirma. Ayer, otro jarro de agua fría: ingresaron a su madre en el hospital San Pedro de Alcántara, también con síntomas. No saben si podrán soportarlo: «Vamos a enfermar los familiares por la presión psicológica que estamos soportando. Esto es muy jodido».

Preguntado por este asunto, el Servicio Extremeño de Salud aseguró: «Entendemos todas las circunstancias, dificultades y sensibilidades humanas, pero el SES tiene que seguir trabajando y concentrarse en lo importante: parar la epidemia».