En la década de los 80 los avances tecnológicos crecían a pasos agigantados. Los primeros ordenadores de mesa, los walkman, las grabadoras de vídeo y los teléfonos móviles nacieron en esos diez años. Con ello, también veía la luz una nueva generación: los ‘millennials’ --de 1981 a 1999--. Sucesora de la generación X y predecesora de la Z. Por aquel entonces, la vida se presentaba idílica. Al menos, a nivel económico. En general, vivieron una infancia con prosperidad en el país. En la adolescencia, los últimos, ya no tanto. Pero en general lo tenían todo. Un abanico de posibilidades: poder elegir entre trabajar o estudiar y, además, hacerlo en el ámbito que deseaban. Por ambición y no por necesidad como probablemente fue el caso de sus padres y abuelos. Ahora, son esos jóvenes que tienen entre 21 y 39 años y el bienestar socioeconómico lo han perdido en su mayor parte.

En 2008 estaba a punto de iniciarse la recesión financiera que reduciría las posibilidades de sembrar un futuro a los jóvenes del momento. Los proyectos de vida se quedaron en el aire y, pese a que la gran mayoría había recibido suficiente formación académica para engordar su currículum, lo único que crecían eran las listas del paro. Contratos temporales como becarios y condiciones precarias son las oportunidades que han tenido estos años. Ahora, de 2016 o 2017 para acá, cuando todo parecía apaciguarse y la juventud comenzaba a reponerse de la crisis, el coronavirus se atraviesa en su camino. El tsunami económico que la pandemia ya ha empezado a cebarse con los más jóvenes.

En la lista del paro

Los primeros datos de los ERTE vaticinan que uno de cada dos despidos que se han producido durante la pandemia corresponden a jóvenes menores de 30 años, según señala el Consejo de Juventud de Extremadura. Una cifra que desvela que la crisis no dará tregua.

En abril, la cifra de jóvenes parados menores de 29 años en la región subía a 23.872, según reflejaba el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Pero es que además los desempleados de entre 30 y 44 años han alcanzado los 36.246 en Extremadura en el último mes.

Antes de que el coronavirus formara parte de nuestras vidas, casi el 60% de los jóvenes de la comunidad ya se encontraba en riesgo de exclusión social, en base al indicador Arope del Instituto Nacional de Estadística. «Ya antes de todo éramos el grupo más castigado», señala Olga Tostado Calvo, presidenta del Consejo de Juventud de Extremadura. «Desde el consejo podemos asegurar que no habíamos salido de la crisis. El nivel de cualificación de los jóvenes es altísimo y los empleos continuaban siendo precarios», apunta. Además, considera que la despoblación en el mundo rural está muy ligada a la fuga de cerebros. «Es la pescadilla que se muerde la cola. Muchos extremeños se han visto obligados a renunciar a su tierra por intentar encontrar un futuro mejor fuera. El retorno se plantea muy difícil».

La visión de Olga Tostado dista bastante de la opinión general. «Quizá ahora se están haciendo eco de los problemas que tendremos en un futuro, pero hasta hace dos días hemos escuchado comentarios como: ¡Anda, qué a gusto estáis en casa!», sostiene. «Pero eso se aleja mucho de la realidad», añade.

De 100 jóvenes extremeños, 84 no puede emanciparse y se ve obligado a continuar viviendo con sus familias. Significa que solo un 16% ha podido salir de su hogar familiar. Así lo indican los datos del primer semestre de 2019 del Observatorio de Emancipación Joven del Consejo de la Juventud de España. Esto supone otra traba: no poder acceder a ayudas públicas. «Si vives con tus padres y no tienes cargos, no puedes disponer de subvenciones económicas para aliviar la situación, pese a no tener trabajo o no generar ingresos suficientes como para independizarte», explica Tostado. En datos, una persona joven tendría que destinar el 39,6% y el 53,8% del salario neto para acceder a la compra o alquiler de una vivienda libre, según recoge el mismo documento.

Museo de la precariedad

Desde el Consejo aseguran que ya están trabajando para realizar un estudio y conocer las necesidades de este sector poblacional después del covid-19 para así, a posteriori, poder cubrirlas.

Durante el confinamiento, el pasado 1 de mayo inauguraron el Museo de la precariedad juvenil en su web. Consiste en recopilar historias de jóvenes que expliquen su situación de manera anónima y dejen un objeto de manera simbólica. «Una enfermera dejó su bata; una futbolista, sus botas. Por ejemplo», explica.

El organismo lleva dos meses como comisión ejecutiva y ya han empezado a trasladar las necesidades del sector a los diferentes grupos políticos extremeños. «Estamos elaborando un documento de urgencia por la crisis del coronavirus e iniciando las reuniones correspondientes», asegura.

Ahora, la pregunta es: ¿volverá la ilusión a la vida de los ‘millennials’? La generación que ha vivido dos crisis económicas en doce años probablemente, en los próximos meses, según los expertos, volverán a sentir ansiedad, frustración, resignación e incertidumbre por su futuro. A la par, en su mayoría, seguirán acumulando grados y másteres universitarios en currículums ejemplares y saltando de empresa en empresa acumulando contratos en prácticas.

«Nunca he trabajado de lo mío y veo difícil que lo haga»

Manuel Núñez Bueno. 25 años. Teleoperador en Badajoz

«Mi primer empleo fue recoger fruta con 18 años. Estaba en 1º de Ingeniería Mecánica y mis compañeros en el campo eran ingenieros. Ahí me di cuenta de que iba a ser difícil», recuerda Manuel Núñez Bueno, un joven de Olivenza que con 25 años no cree que vaya a encontrar trabajo de lo que finalmente terminó cursando: Comunicación Audiovisual. «Nunca he trabajado de lo mío y ahora lo veo más difícil aún».

Empezó Ingeniería Industrial en la Universidad de Extremadura, pero al año siguiente se cambió a Comunicación Audiovisual. «Quería escribir cine», relata. «Fui consciente de que me tenía que ir fuera».

El último año fue becario en una empresa de sonido. Después de culminar sus estudios en 2018, con un notable de media, se planteó empezar una nueva formación ante la negativa de encontrar prácticas o empleo en su sector. «No me importaba seguir siendo becario. Quería experiencia. Además, más formación suponía más dinero».

Sin perder la esperanza, entregó su currículum en más de veinte empresas y medios de comunicación extremeños. Sin éxito, se decantó por trabajar en un supermercado, empleo que abandonó dispuesto a marcharse fuera, pero un problema de salud se lo impidió. Perdió la visión de un ojo y meses después, algo más recuperado, empezó a trabajar en una gasolinera. Otro contrato temporal, que le llevó a mudarse a Badajoz. Ahora trabaja de teleoperador en un call-center. «Al menos tengo empleo», sostiene. «Lo más triste es que veo a los de mi alrededor igual».

«Uno de los mayores miedos es la incertidumbre de no saber qué va a pasar con tu vida. Ahora vamos a vivir las mismas dificultades o peor», concluye.

«Oposito por un futuro; mi familia lo pasó mal en 2008»

Ana Becerro López. 24 años. Opositora a fiscal en Badajoz

«Mi familia y yo nos mudamos de Barcelona a Badajoz con oportunidades. Al poco tiempo todo cambió. La crisis de 2008 nos golpeó y mis padres perdieron el empleo», cuenta Ana Becerro López, una joven de 24 años que ahora vive en Badajoz. «Fue muy difícil. Ahí me di cuenta de que tenía que estudiar sí o sí».

Sus padres decidieron emprender y abrieron un restaurante en la capital pacense. «Ese fue mi primer trabajo, ayudar a mi familia hasta que me marché a Sevilla a estudiar Derecho».

Después cerraron el negocio y se marcharon a Mérida a regentar un supermercado. «Todo fue a mejor, aunque en el panorama nacional la crisis seguía presente». Al poco tiempo, regresaron a Badajoz a la gerencia de otro súper.

Mientras estudiaba, Ana veía que para entrar en el mundo laboral cada vez se exigía más formación y que no podría encontrar trabajo si solo estudiaba Derecho. «Lo tuve claro, quería opositar a la Policía Nacional», recuerda. No obstante, al terminar la carrera fue becaria en una fiscalía y su pensamiento cambió. «Me dije, voy a aspirar a lo más alto: quiero ser jueza o fiscal. Así me aseguro un futuro estable». Sin embargo, confiesa que la incertidumbre está presente.

Hasta hace dos meses estudiaba ocho horas diarias, pero el 13 de marzo, con el estado de alarma, apartó los apuntes y comenzó a trabajar en el supermercado. «Mi familia es lo primero, la oposición puede esperar», añade.

Después de la crisis del coronavirus la joven cree que la recesión económica va a «ser peor que la que ya hemos vivido», apostilla.

«Desde los 18 hasta los 30 no tuve un contrato indefinido»

«Desde los 18 hasta los 30 no tuve un contrato indefinido»

Laura Barreto Mayordomo. 31 años. Comercial en una tienda de telefonía de Cáceres

Laura Barreto Mayordomo tiene 31 años, es de Cáceres y lleva en el mercado laboral desde los 18. Madre de dos hijos, de siete años y 15 meses, prevé que la crisis económica que ya deja la covid-19 volverá a cebarse con los jóvenes.

En 2006 empezó su primer empleo como teleoperadora en un call center. Pero en 2008 la despidieron. «Nos fuimos a la calle 200 personas. Sufrí la crisis de cerca, pero aún no tenía cargas. Vivía en casa de mis padres». Ocho meses después trabajó durante un año de comercial. Los contratos eran temporales y cambiaba de empleo cada poco tiempo. «Trabajé de nuevo de teleoperadora, después en una tienda de telefonía y en otro call center». Este último contrato duró más que los anteriores: tres años. Aunque no veía el momento de emanciparse, pese a tener ahorros. «Tenía miedo. ¿Quién compraba una casa en esos momentos?»

«En 2012 me independicé y en 2013 mi pareja y yo tuvimos nuestro primer hijo». Lo peor llegó en 2015. «Nos despidieron a los dos. Salimos adelante con ayuda familiar. Fue difícil», confiesa.

Gracias a que ella encontró empleo a los pocos meses, la presión se alivió por dos años, hasta el vencimiento del contrato. Y en 2017, después de más de una década en el mercado laboral, llegó su primer indefinido en una tienda de telefonía. Tuvieron una hija y compraron una casa. «Pese a que mi marido, de 34, continúa con contratos temporales, no nos va mal».

Ahora regresa el miedo. Lo vive en su entorno social. «ERTE y más ERTE. Los ‘millennials’ seremos los más perjudicados, pero habrá que afrontarlo», zanja.