Llegaron a Cáceres en 1973. Siempre han estado al lado de los más necesitados, pero confiesan que nunca han vivido una situación de crisis tan dramática como la actual. Lo cuenta María Teresa Rodríguez Narganes, superiora local de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, una orden que en 2021 cumplirá cien años de su fundación en Málaga por San Manuel González y que en la capital cacereña está asentada en el número 27 de la avenida de la Bondad.

Atienden a 48 familias en situación crítica. Muchas de ellas han sufrido un ERTE y están en paro. También hay abuelos obligados a cuidar de sus hijos y nietos. Son personas en bastantes casos de clase media; antes tenían trabajo pero el coronavirus los ha dejado en la estacada. No disponen de ingresos, el rubor les hace huir de los comedores sociales y recurren a las religiosas, convertidas en su salvavidas.

Las hermanas apenas tienen tiempo libre, aunque sacan un rato para ver las noticias, «porque queremos saber lo que pasa en el mundo», dice María Teresa. En el conocido como Bloque Azul disponen de un local donde reparten alimentos. «Allí tenemos un pequeño almacén y donamos lo que recibimos del Banco de Alimentos. Son familias que no reciben nada, vienen una vez al mes o cada quince días, esperan fuera, guardan la distancia de seguridad y van entrando uno a uno».

La superiora comenta: «Es una pena cuando nos tocan a la puerta y nos dicen, hermana es que no tengo para comer. Les explicas que dinero no les puedes dar. Es angustioso ver que no puedes solucionar el problema de esas personas, les pedimos que en la medida de lo posible administren la comida, que les dure el mes o quince días, que es cuando llega el reparto».

Lo que más falta es la leche: «No tenemos para más de 12 litros por familia», señala con pesar María Teresa. Destaca la colaboración de RedCor, la asociación de voluntarios de Cáceres, en especial la de Patricia Sierra, profesora con gran experiencia en los campos de refugiados de Grecia, quien ahora se desvive para que la comida llegue al mayor número de hogares. «Compramos bolsas y ellos se encargan de distribuirlas. Esta última vez hemos pedido a las familias que vengan con carritos».

Las religiosas se dedican igualmente a la oración, sobre todo por aquellos que han perdido a sus seres queridos y no han podido acompañarlos: «Eso es muy duro, si no lo vivimos no podemos imaginarlo».

Colaboran en la parroquia del Espíritu Santo. «Es una barriada sencilla con gente necesitada, aquí estamos trabajando con mucha alegría y mucho gusto». En la actualidad, la congregación cuenta con cuatro monjas que comparten un piso, una parte se dedica al apostolado y la otra para la comunidad.

«Nuestra labor es pastoral, es una misión de reparación entre los ancianos, los pobres, los enfermos, la gente más vulnerable. Ahora hay demasiadas personas solas. Conversamos con ellos para que lleven todo esto con paciencia, que no se sientan abandonados. Ellos están deprimidos porque ven que los marginan».

El testimonio de María Teresa desvela cómo en Cáceres el coronavirus es una enfermedad que no entiende de clases sociales, pero se ceba con los más pobres.