La policía nacional pasó esta mañana por el barrio porque el vecino no entraba en razón. Se había quedado sentado en el portal y se negaba a meterse en casa. Cuando los agentes se marcharon, después de la discusión, se escucharon aplausos desde los balcones dedicados a los dos agentes. El hombre, a voz en grito, amenazó con poner una bomba y comenzó a contar su historia: decía que le habían echado de otras dos barriadas, que esta era la tercera, que se había tirado nueve años y medio en la cárcel y que se la sudaba la multa porque era insolvente. La de enfrente le pidió que se tranquilizara. Él, de nuevo, puso la música a toda pastilla.

La del tercero hacía el cocido, los del segundo ordenaban la cesta de la compra, el de al lado tocaba la flauta y los de arriba ponían lavadoras, tendían la ropa, pasaban el aspirador y desgranaban guisantes. Vino un camión con un frigorífico, y un repartidor de la carne. De la tienda de animales salía un señor con mascarilla y un transportín en la mano desde el que maullaba dolorido el gato.

Ha brotado la hierba en la parte antigua y han nacido dos pájaros en la jaula de Luis; al fin ha florecido la primavera en su terraza. Juan le cuenta a un amigo por teléfono que desde el confinamiento ha perdido el apetito sexual porque ya no tiene amapolas en el corazón.

Lo de la universidad es un dislate. Los estudiantes andan perdidos en esta senda espinosa de un Cáceres donde la gente sigue muriendo y en los negocios campan a sus anchas las telarañas. Muchos continúan empeñados en el 'Resistiré'.

La joven del 5ºB susurra: "Papá, si vas al super, cómprame la libertad".