En los pueblos todo se sabe y las noticias vuelan. También los rumores, a veces sin base alguna. Pero lo cierto es que es imposible frenar la información. Por eso, antes de que las fuentes oficiales confirmaran los nuevos fallecimientos en Extremadura, en las pequeñas localidades ya hacía dos días que sabían qué vecino había muerto víctima del coronavirus. El recuento de la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales de la Junta daba datos con, a veces, dos jornadas de retraso. Ocurre lo mismo con los muertos por gripe, que aparecen en el registro después. Pero el contexto era tan delicado en las primeras semanas que ese desfase de fechas solo transmitió desconfianza. De la noche a la mañana se pasó de quitarle importancia al virus al pánico por el contagio y sus consecuencias. Y al temor a no conocer la realidad de lo que estaba pasando y lo que estaba por venir.

Tampoco ayudó a esa desconfianza el hecho de que en varias jornadas las cifras que daban por válidas en la Junta de Extremadura no coincidieran con las del Ministerio de Sanidad. Desde la Administración regional siempre insistieron en que los números «buenos» eran los suyos y justificaban la diferencia en el ajuste del recuento. Aún así, que desde Madrid se dijera una cifra de muertes y en Extremadura otra siguió alimentado la falta de credibilidad.

Los test rápidos

Más leña al fuego. Se esperaban como agua de mayo los test rápidos para saber quién estaba infectado y quién no. Esas pruebas hicieron aflorar numerosos casos en las residencias de ancianos (el gran foco de la pandemia en Extremadura) y los datos de contagiados diarios en la comunidad se dispararon.

Pero entonces llegó una nueva manera de cuantificar los casos: se decidió que solo entraban en las listas oficiales los diagnosticados por la prueba PCR (la considerada más fiable) y se descartaban los descubiertos con test rápidos. Y así, a finales del mes abril, de repente, se esfumaron más de 700 infectados del recuento oficial. Si el 28 de abril había 3.487 contagios acumulados, el 29 de abril se quedaron en 2.764. Evidentemente la curva decreció. ¿El argumento? Que la PCR es «mucho más exacta y la mejor manera de medir desde el punto de vista del diagnóstico», en palabras del presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara.

Un imposible

Pero no quedó ahí el asunto. Sacaron de la lista oficial de infectados a los diagnosticados por test rápidos, pero no los eliminaron del recuento total de altas. ¿Qué significa? Que ahora mismo en los datos oficiales que se ofrecen día a día, el número de personas curadas es mucho más alto que el de los contagios totales en Extremadura. Un imposible. La contradicción, en números, es así: hay 4.189 altas acumuladas y 2.990 infectados acumulados.

Los casos activos de covid-19 en la comunidad rondan ahora mismo los 400, según los últimos datos de la consejería de Sanidad y Servicios Sociales. De ninguna de las maneras cuadran los números.

El remate llegó cuando se conocieron las cifras del registro civil. Hubo 685 muertos más de los esperados entre el 23 de marzo y el 12 de mayo en Extremadura. El exceso fue del 47,3% y las fechas coinciden con lo peor de la primera ola del coronavirus. Sin embargo, en este mismo periodo, la dirección general de Salud Pública de la Junta comunicó solamente 469 muertos por el virus, de forma que sigue habiendo una diferencia de 216 fallecidos atribuibles a otras patologías, pero también a los casos de covid-19 que no fueron diagnosticados.

Y después aparecieron los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que vinieron a corroborar lo que ya se sabía. Esas cifras reflejaron que el número de defunciones totales en Extremadura hasta el 24 de mayo fue de 5.688, lo que suponía 642 más de las previstas en relación a 2019. Los fallecimientos por covid fueron poco más de 500 durante ese mismo periodo. De nuevo, un desfase de números.