La ciudad vuelve con cautela a la normalidad. Los comercios y la hostelería están dando la talla, cumpliendo con las exigencias que implica el estado de alarma y Cánovas empieza a recuperar tímidamente la vida porque Cánovas siempre ha sido el centro de la vida de Cáceres. Allí estuvo el Quiosco de la Pepita, como así se conocía en Cáceres el que fue el primer quiosco que vendía periódicos, revistas, souvenirs para los turistas, helados y chucherías y que regentó durante más de 50 años. El quiosco estaba situado en un lugar estratégico, muy cerca de la Fuente Luminosa, justo a la espalda de donde el bueno de Santiago Caldera colocaba aquel Bambi que sirvió de atrezzo para sus fotografías formato 6x9 en las que inmortalizó a miles de cacereños.

La aparición del quiosco de Pepita fue un boom en aquel Cáceres donde solo se vendían helados y golosinas en unos carrillos que había en la plaza Mayor. Los carrillos también estaban en Cánovas, eran muy famosos el de Juani Ollero, que vendía los pirulines, el de la tía de Rojo, ah, y el de un señor bajito que vendía las patatas fritas El Gallo, que eran un lujo, porque no todo el mundo podía comprarlas. El hombre las llevaba en un cesto de mimbre y las metía en cucuruchos que hacía con papel de estraza.

También Cánovas tuvo hueco para los futbolines de Peluca, que estaban situados a la altura del actual Banco de Santander, en la avenida de España, justo al lado del Café Avenida, que era propiedad de Carlos Alonso, de la familia del Jamec de Pintores. Ambos establecimientos se comunicaban. El Avenida era un local donde trabajaban camareros muy conocidos, como el famosísimo Ponce, o Montes, o Piquiqui, que comenzó allí apenas siendo un niño. Avenida tenía un terraza muy bonita que se montaba todos los veranos, con sus sillas de director de cine en verde, rojo y azul, y aquellos inolvidables veladores de mármol.

A Los Futbolines de Peluca se entraba por una puerta enorme. Ocupaban una sala de 500 metros cuadrados con 19 mesas de futbolín por las que pasaron decenas de generaciones de cacereños. A los futbolines solo entraban los hombres, las chicas no solían acceder.

Peluca se encargaba de todo, era cuerpo y alma de su propio negocio: organizaba campeonatos, y siempre con su guardapolvos azul que llevaba repleto de pesetas: "Peluca , que se me ha estropeao la máquina", "Peluca , que no tengo cambio", "Peluca , que por esta ranura no entra la joía peseta". Y el bajito de Peluca para todo, siempre diligente acudía a los talleres Bilbao de la plaza Marrón para que le arreglaran sus preciadas máquinas.

De toda la vida Cánovas ha olido a flores, las que Juanvic ha vuelto a vender en su quiosco y han hecho que el centro de la ciudad recupere de nuevo el latido de su noble corazón.