Cincuenta días. Mil doscientas horas. Se dice más pronto de lo que es. Casi dos meses, dos hojas arrancadas del calendario. En cincuenta días pasan muchas cosas pero en estos han pasado más de las que nadie podía imaginar. En este tiempo, el planeta ha tenido que enfrentar una de las peores crisis que se recuerdan. Paradójicamente, el coronavirus ha conseguido paralizar el mundo y acelerarlo a la vez. Para muchos, las horas se hicieron eternas, como si las manecillas se hubieran empeñado en detenerse, para otros, el tiempo se volvió frenético, delirante porque un instante lo cambia todo. Precisamente, entre ambos han tenido que hacer equilibrios los sanitarios. Entre el avance lento de los pacientes y la vorágine de los que llegaban, en tropel, atestando los hospitales. Nadie estaba preparado para afrontar tal situación pero ellos han demostrado que estaban a la altura de su juramento. Ellos han conseguido frenar la tan temida curva.

En Extremadura, con ese pico superado, los hospitales ya respiran con prudencia. Cierto es que hay que lamentar más de 400 muertes pero en las últimas semanas, el número de altas ha servido para hacer llegar otro pico, el de la esperanza por superar la crisis. Precisamente, meses antes que la región llegará al máximo de casos, María Ángeles Márquez, Elena Gallego y Marcial Casares, tres sanitarios de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) en el hospital San Pedro de Alcántara, el área que trata los casos más graves, relataron a EL PERIÓDICO EXTREMADURA su experiencia ante la situación. Ahora, cincuenta días después, con la carga acumulada y el anhelo que respaldan los datos de que haya pasado ya lo peor, vuelven a compartir cómo lo han vivido.

Los tres reconocen que están acostumbrados a lidiar con situaciones límite en su unidad pero sostienen que estas semanas han destacado por su especial dureza. En primer lugar, por el volumen de trabajo con el que han tenido que redoblar esfuerzos; y en segundo, por la crudeza de las pérdidas, durante días, diarias. A esa situación le añaden también la dificultad para desarrollar su labor debido a los rigurosos protocolos y a la incomodidad de los aparatosos trajes de seguridad y las mascarillas. «Han sido días horribles, de repente empezó la presión asistencial», sostiene Elena Gallego. La mayoría de los pacientes llegaban a UCI con un cuadro clínico similar. «Hemos visto a pacientes de todo tipo y todos presentaban una afectación pulmonar severísima», sostiene Marcial Casares. Aún así insisten en que el virus ha dejado muchas incógnitas y que ahora los investigadores tendrán que despejar con el tiempo.

En cualquier caso, ponen de relieve que, tras dos meses, «pueden respirar». Aún así no hay que bajar la guardia. Entonces, en respuesta a los aplausos, defendían que no son héroes. Lo siguen manteniendo. Ya en su momento, antes de que las cifras se multiplicaran en el país, apelaron a los ciudadanos para que hicieran un ejercicio de responsabilidad y respetaran la cuarentena que a día de hoy parece haber dado sus frutos. Piden, de nuevo, que aunque la situación sea menos crítica, que no se olvide y que sigan las directrices para que no haya repunte de contagios e insisten en que recuperar la normalidad va a ser complicado hasta que no se encuentre una vacuna. «Va a seguir habiendo casos pero no en masa», anotan. También estará más controlado porque si ocurre, la reacción será inmediata y se activarán los protocolos con agilidad porque «ya todo el mundo sabe qué tiene que hacer».

En cuanto a las lecciones que se llevan en el camino, aseguran que una de las más importantes es la del «compañerismo». «Nos hemos dado cuenta de que somos una gran familia», asevera María Ángeles. Ahora, ya entre lecciones aprendidas y la esperanza de superar la pandemia, les toca asumir otro reto: adaptarse a la desescalada.