En San Francisco, muy cerca del Bar Miche, una vecina sale al balcón y habla con otra, que la escucha desde la ventana. Cuenta que su hermano falleció hace dos días. Estaba ingresado en una residencia de mayores del pueblo. "Todo iba estupendamente hasta que llegó el bicho. Mi hermanino se portó como un guerrero, pero al final se fue. Se ha ido en dos días".

Agarra su pañuelo y se seca las lágrimas; contenida. Suena el eco de su voz en una calle desierta donde florecen verdes las plantas del Museo de Pedrilla. De vez en cuando pasan las ambulancias. Ahora menos que hace unos días. La vecina la consuela. "Es lo que nos ha tocado". Y ella sigue agarrando con fuerza ese pañuelo convertido en la bandera de la desolación.

Hoy el barrio se ha levantado más triste. En el número 9, todas las mañanas, una joven hace videollamadas con sus amigas de la universidad. "¿Cómo va la cosa por Cáceres?". Y ella responde: "El alcalde dice que la cosa va mejor. Encima está lloviendo y he leído que la humedad hace que el virus pierda su efecto".

Las muchachas se agarran a cualquier noticia buena. Es la esperanza de una mañana donde al fuego se cuece a fuego lento el cocido del día. No ha venido el cartero y solo se oye a la del segundo pasar la aspiradora y un autobús sin pasajeros y conductores con guantes contando las horas para que el turno de acabe.

Un vecino ha bajado el estanco. Es el único sitio donde ha encontrado una libreta y una goma de borrar. Son 2,05, le dice el dependiente. Le da un billete de 10 euros. ¿Tiene 5 euros?, ¡Qué va! Vale, pues se los perdono.

Sube las escaleras, no utiliza el ascensor. Piensa que así mueve sus aletargadas articulaciones y evita tocar el pulsador. Al entrar de nuevo en casa, deja los zapatos en el balcón, echa la ropa a lavar. Desinfecta el suelo con lejía: Mira el cuaderno y se percata de que pone la palabra Guerrero. Y piensa: "Joder, Guerrero, como el hermano de mi vecina. Maldita metáfora de una hecatombe".