Ignacio Bravo Plaza vive la Semana Santa desde dentro desde que tiene memoria. Con tres años se enfundó por primera vez el hábito de la cofradía de Santo Sepulcro de Trujillo, con seis empezó a hacer sonar el tambor por sus calles y con veinte, a causa de la crisis sanitaria que asola el país vivirá la semana de pasión desde casa, como todos sus hermanos cofrades.

No puede evitar mirar con nostalgia la entrada del templo de San Francisco desde la ventana y tampoco acordarse de la Hermandad de la Salud y Estrella de Cáceres, en la que este año hubiese debutado como costalero, concretamente, bajo el paso de Nuestro Padre Jesús de la Salud en su injusta sentencia. “Llevábamos desde enero acudiendo a los ensayos, pero, tristemente, la directiva se vio obligada a suspender tanto los encuentros previos entre cofrades, como los actos programados para esta semana. Ojalá el año que viene todo haya vuelto a la normalidad y podamos salir a las calles como esperábamos hacerlo esta vez”, se resigna.

En su caso, afortunadamente, podrá visualizar y rememorar de algún modo, la imaginería que pasea cada primavera por el templado granito trujillano, gracias a la representación en miniatura de siete pasos de los que rebosan la esencia artesana, la tradición y la afición familiar por la Semana Santa.

Su afición por la Semana Santa le viene de familia. Su abuelo, Antonio Bravo, fue uno de los fundadores de la cofradía trujillana de la Oración en el Huerto y María Magdalena y, además, trabajó el arte de la orfebrería a lo largo de su vida, lo que facilitó en gran medida, la elaboración de muchos de los detalles que ahora ocupan el salón de la familia.

Esta peculiar procesión se compone, actualmente, por las imágenes de Nuestra Señora de las Angustias, el Santísimo Cristo del Perdón, Nuestro Padre Jesús Nazareno, una virgen de palio, el Cristo de los Gitanos, de Sevilla y como no podía ser de otra forma, dos tallas de la imagen del Santo Sepulcro. “Cuando tenía cuatro años mis padres me compraron las primeras figuras y pronto fuimos ampliando la colección incluyendo piezas artesanales, como las andas, los estandartes o la ornamentación de las tallas, a partir de materiales como cartón, madera, metales, flores, telas y pintura”, señala.

Sus padres, precisamente, siempre han estado vinculados de una u otra forma, a las cofradías de la ciudad, saliendo año tras año, durante un largo periodo, en las procesiones que estarían iluminando y dotando de ese característico olor a incienso con toques de corneta las diferentes calles de Trujillo.

“Nunca imaginamos que tuviéramos que pasar la Semana Santa confinados y de manera tan atípica. Las hermandades y cofradías de toda España dedican muchos meses a la preparación de los actos que se llevan a cabo estos días, pero, lamentablemente, en esta ocasión, tendremos que aferrarnos más que nunca a los recuerdos y al sentimiento y a la fe que nos une a nuestras imágenes”, subraya Ignacio.

A pesar de que, en esta ocasión, componer esta peculiar procesión cobra más sentido que nunca, Bravo reconoce que todos los años, cuando se acerca la fecha, abre las cajas donde durante meses reposan los pasos, las mantillas y los capuchones que los acompañan, con el fin de restaurar o retocar los detalles más delicados. “Tratamos de preservar al máximo las piezas que componen esta representación, pero a veces es inevitable que alguna pieza se despegue y haya que volver a construirla. Algo que, por la afición y el respeto con el que vivimos la Semana Santa, no nos supone grandes esfuerzos”, comenta.

Su deseo, a día de hoy, es que cada uno viva la Semana Santa de la mejor manera posible y que recuerde los años en los que ha podido salir a la calle para acompañar a su Cristo o a su Virgen, entre compañeros que, a pesar de haber tenido que tachar en el calendario una de las citas más importantes que albergaba, vivirán estos días pensando que están contribuyendo a mejorar esta triste situación.