Cuando empezó el confinamiento, parecía que todos teníamos que acabarlo escritores, músicos o, por lo menos, más cultos y más listos de lo que éramos. A medida que pasan los días, vamos siendo conscientes de que leeremos más, pero no todo lo que pensábamos, y de que la inspiración solo llegará en contadas ocasiones a afortunados elegidos. Como ocurría antes, vaya. Tampoco es que sea un problema. Lo que sí ha traído el confinamiento es mucha oferta cultural, tanta que a veces hasta resulta difícil elegir. Hoy no, porque es jueves y los jueves hay un plan único: que un narrador te cuente un cuento solo a ti.

Un taller de narración oral, La Escuela de Cuentacuentos, organiza un carrusel de relatos para escuchar en familia o solo desde las diez de la mañana hasta las once de la noche los jueves de la cuarentena. Lo mantendrán al menos mientras siga siendo clara la orden de quedarse en casa. Se han adaptado a la nueva realidad reeditando la máxima de la montaña y Mahoma, llevando los relatos a las casas con el teléfono.

"Como nos hemos quedado sin espacio para compartir historias, las compartimos por teléfono, que es un medio muy cercano y muy íntimo, que proporciona una experiencia muy motivadora", explica Javier Siedlecki, coordinador general de la escuela. "Vemos que hay mucha gente que quiere escuchar". Tanta, que han ampliado los teléfonos a los que se puede llamar hasta rozar la muy apropiada cuarentena de narradores. Al otro lado del teléfono, personas de toda España, pero también de Francia, México, el Reino Unido y Malta.

El sistema es sencillo: eliges la hora que te va mejor y llamas a uno de los teléfonos. Si comunica, marcas el siguiente. Al otro lado un narrador o narradora (la mayoría son mujeres) te pide que le digas cómo llevas el confinamiento. Una fórmula impensable antes de marzo para romper el hielo, pero que va camino de convertirse en clásico. Así te conoce un poco más y elige mejor el cuento que te va a narrar a ti y a las personas a las que alcance el altavoz de tu móvil.

Tres generaciones

En estas dos semanas ha habido un poco de todo. El 52%, público adulto, y el resto, niños. También adolescentes que anunciaban que sería la anécdota de su encierro. En una de esas llamadas tres generaciones de mujeres coincidieron junto al móvil y un enfermero llegó en mitad del cuento para atender a la mayor, de 93 años. Hubo que cortar, pero el narrador devolvió la llamada después para acabar la narración. En otra, otra mujer de 92 confesó que oír el cuento le había hecho volver a la infancia, cuando solo se escuchaba la radio.

La directora de la escuela, Victoria Siedlecki, describe la experiencia con una frase de Eduardo Galeano: "Se puede curar tocando y contando, que es otra manera de tocar". "Es muy bonito sentirse útil haciendo algo que sabemos hacer y muy satisfactorio reencontrarnos con la gente", añade. Por si hubiera dudas, enseguida agrega que no solo han contado los narradores, también estos han escuchado los cuentos de sus oyentes, lo que ha generado "un diálogo y un afecto" en las dos direcciones entre personas que no se conocen que confía que se mantenga cuando se pueda "volver a salir al exterior".

A los narradores la experiencia les está suponiendo tanto que están dispuestos a repetirla toda la cuarentena. Al otro lado del teléfono, parece que también gusta. Muchos han vuelto a llamar para apuntar el nombre del autor del relato o de quién se lo contó y explicar qué les había quedado tras "dar una vuelta" a lo escuchado.