En 2006 compró el felpudo más famoso de la historia, el que ese año lanzó Ikea, 'Bienvenido a la república independiente de mi casa', un eslogan que nadie ha podido olvidar y que la empresa inventó con un objetivo claro, se nos quería presentar no solo como una marca de muebles y productos de decoración sino como una marca emocional.

Desde entonces por ese felpudo ha pisado lo más alegre y lo más triste, lo más grande y lo más pequeño, lo más mundano, lo más mezquino, lo más apasionado, han pisado las mentiras, las verdades, las casualidades, ha pisado Extremadura, Barcelona, Méjico, Almería, Francia, el fontanero, el electricista, el de Círculo de Lectores cuando aún existía Círculo de Lectores, el cartero cuando aún el cartero subía en el ascensor, Melchor cargado de oro, un gato, un perro, un conejo, varios ratones, Juanvic con sus rosas, las espinas, una pecera que aún espera peces de colores del equipo del Barça, Spiderman, la nintendo, las Polly Pocket, Digimon, la play, Barbie, Pokémon, las cartas del Virus, pero el virus bueno, el que han inventado unos madrileños y que llena la mesa de hierro las tardes de sábado. Por él entró la cama de forja del abuelo, las patatas El Gallo, las patatas de Gema la del mercado de la Ronda del Carmen que ahora manda los pedidos a domicilio, y los langostinos frescos de Salgado.

El felpudo dejó un día entrar a las hormigas, que se llevaron todo lo malo: los prejuicios, los perjuicios, los pensamientos feos que marcan cicatrices en el alma. El felpudo no necesitaba mascarillas, ni guantes; de vez en cuando la escoba de los de Adarve Limpiezas lo acariciaba y entonces recomponía todas sus fibras, y no hacía falta más vacuna.

El felpudo sigue creyendo en los sueños, en el amor verdadero aunque haya días cargados de dudas y desasosiego. El felpudo escuchaba los bailes, aplaudía los regalos de mayo mientras detrás de la puerta se tejía la vida con la despensa llena de Cola Cao, el frigorífico cargado de cerveza y una estantería con la botella de Habla del Silencio, ¡ay, el silencio!

Llueve, truena, sale el sol. La naturaleza está desbocada dicen algunos, más bien anda suelta, y libre, que falta le hacía. Sobre el felpudo, unas zapatillas intuyen esperanza, rayitos que iluminarán después de la agonía para seguir creyendo que una casa es un tesoro, una república independiente que aguarda el estallido final, el tremolar de su bandera cuando a Cáceres llegue por fin el arcoiris.