En el ya de por sí complejo y difícil proceso para desarrollar una vacuna contra el covid-19, en el que globalmente se ha pisado un acelerador que la realidad obliga a frenar, ha entrado en Estados Unidos un peligroso elemento añadido: la politización extrema por parte de Donald Trump. A menos de dos meses de las elecciones del 3 de noviembre en que busca frente a Joe Biden un segundo mandato, el republicano ha hecho de la promesa de inmunización uno de los ejes vitales de su campaña. Y saltan múltiples alarmas por los efectos devastadores que puede tener la presión política en un proceso necesitado del rigor y los tiempos que impone la ciencia.

Con cerca de 190.000 muertos por el coronavirus en el país y una gestión de la pandemia que desaprueba un 55,8% de estadounidenses y solo aprueba el 40,8% según la media de encuestas de RealClearPolitics, la vacuna se ha convertido en una obsesión para Trump. Es prácticamente lo único sobre lo que pregunta en las reuniones con expertos, a los que interroga sobre cómo va el desarrollo, planes de potencial distribución...

En sus mensajes, públicos y privados, ha empezado a establecer un calendario, con el 1 de noviembre o incluso octubre como fecha para que esté lista (aunque no sea para empezar la inmunización hasta más adelante). Y sería la madre de las "sorpresas de octubre" que históricamente aparecen antes de las elecciones, pero hasta su principal asesor en la materia, Moncef Slaoui, ha calificado ese calendario de "no imposible" pero sí "extremadamente improbable".

INUSUAL MENSAJE DE LAS FARMACÉUTICAS

Convertir la vacuna en arma electoral conlleva el serio riesgo de contaminarla, especialmente en lo que se refiere a la confianza de los ciudadanos. Y es algo que implícitamente han reconocido los responsables de nueve biofarmacéuticas que trabajan en su búsqueda, que el martes emitieron un inusual comunicado conjunto en el que, bajo un título donde se definían unidos para defender la ciencia, se comprometían a hacer siempre prioridad total la seguridad y el bienestar de los vacunados y con no buscar la aprobación de los reguladores antes de que se establezcan la seguridad y eficacia en la fase 3 de los ensayos clínicos.

Uno de los grandes miedos es que, en una pandemia en cuya respuesta en EEUU se han visto previamente intromisiones políticas, la presión de Trump a organismos fundamentales en el proceso merme el rigor habitual. El comisionado de la FDA, Stephen Hahn, ya ha dicho que estaría dispuesto a aprobar una autorización de uso de emergencia antes de que concluya esa crítica fase 3 y aunque ha insistido en que no lo haría por razones políticas, la agencia ya ha recibido golpes en su credibilidad durante esta pandemia, especialmente tras fiascos como el de la hidroxicloroquina (a la que dio autorización de emergencia que luego retiró) o las transfusiones de plasma (un tratamiento del que ha admitido que exageró beneficios).

La Casa Blanca asegura que Trump no tiene intención de tomar atajos y su empeño ahora es denunciar una "narrativa falsa" y "peligrosa" de los medios de comunicación así como de Biden y su candidata a vicepresidenta, Kamala Harris. Esta el domingo declaró en CNN que no confiaría en lo que el mandatario diga sobre la seguridad de la vacuna.