Hace año y medio que Pilar Baldomino optó por teletrabajar. Como diseñadora gráfica, cualquier espacio en el que pudiera conectarse con su ordenador y concentrarse era bueno y con dos niños pequeños que entonces ya iban al colegio y la guardería, podía sacar algunas horas por la mañana para trabajar y rascar alguna más por la tarde mientras padre se ocupaba de las extraescolares de los pequeños. «Estando sola por las mañanas era muy productivo. Eran todo ventajas porque podía aprovechar en casa los ratos muertos», reconoce ella. Su pareja, Fernando López, es mediador de seguros y su jornada laboral se concentra por las mañanas Así que podían compatibilizar sin problemas la faceta familiar y laboral como trabajadores autónomos y padres de dos niños que ahora tienen 7 y 3 años.

Pero nada de eso les vale ahora. «Es que esto es una cosa muy distinta al teletrabajo. Vas trabajando a ratos, y así es imposible trabajar. No rindes porque no encuentras un momento de concentración», reconoce la madre. Desde que se decretó el estado de alarma, las rutinas han saltado por los aires. Los dos progenitores están teletrabajando y por las mañanas «también tenemos las ‘teletareas’. Es inasumible todo», se lamenta. Se levantan con las rutinas de siempre y es ella la que se encarga de acompañar a los niños mientras realizan sus tareas escolares. La razón es la más lógica: el padre es el que tiene el sueldo «más fijo» y por tanto es el principal sostén económico para la familia, así que mantiene su rutina de trabajo por las mañanas, aunque ahora sea desde casa.

«Al final mi trabajo va quedando relegado y lo que tengo me estresa mucho porque veo que no puedo abarcarlo, que no llega», cuenta Baldomino. Así que va buscando huecos a lo largo del día: «trabajo mientras ven una película después de comer o si salen de paseo por las tardes con el padre». Y también aprovecha por las noches, cuando los niños se han dormido, aun a costa de restarle ella horas al sueño «algunos días estoy trabajando de madrugada. Cuando se duermen enciendo el ordenador y me quedo hasta las siete de la mañana; duermo hasta las diez y nos ponemos en marcha con las tareas». Pero es consciente de que esa solución solo puede ser pasajera.

«No puedo trabajar a costa de mi salud. Si esta situación se prolonga, tendré que dejar de trabajar un tiempo para dedicarme a los niños», reconoce. Porque no poder abarcar todo le está pasando factura: «acabas pagando todo eso con los niños porque estás enfadado por no cumplir con tu trabajo. Y no es justo. Al final los niños están siendo los grandes olvidados en esto. Se les ha pedido que se queden en casa y no molesten». Por ellos también, confía en que se puedan dar nuevos pasos que permitan al menos algunas actividades infantiles pronto: «Entiendo que no era el momento de abrir los colegios si no era seguro. Pero ojalá, con mucho control, los campamentos puedan dar un espacio a los niños para disfrutar. Y a los padres para poder trabajar», apunta.