No poder decir adiós. Es la herida más profunda que les queda. A la pérdida se une la impotencia de una realidad contra natura: una marcha sin despedida. La pandemia ha condenado a las víctimas a morir en soledad y a sus familiares a no poder vivir el duelo.

Se cumplen dos meses del Estado de Alarma y en este tiempo el coronavirus se ha llevado a casi 500 extremeños. Y cada día sigue habiendo nuevas víctimas.

La primera muerte fue el 11 de marzo (una mujer de 59 años de Arroyo de la Luz) y desde entonces la cifra sigue subiendo.

Las residencias de mayores

En Extremadura el covid-19 se ha cebado con las residencias de ancianos. Prácticamente el 90% de las muertes han tenido lugar en estos centros de mayores, donde los contagios se han disparado y desde donde sus trabajadoras (la mayoría son mujeres) han denunciado que estaban sin equipos de protección.

Cáceres ha sido, sin duda, la más castigada por la pandemia. De las 497 muertes acumuladas en la región, 264 se han producido en la ciudad (el 53%) y 405 en la provincia (el 81%). Las tres últimas víctimas de ayer pertenecían todas al área de salud cacereña.

Extremadura alcanzó el pico de contagios en la última semana de marzo, esos días fueron también los de mayor presión hospitalaria. Pero el día negro en el calendario está marcado el 7 de abril: 30 muertos notificados en una sola jornada.

A estas pérdidas hay que sumar a los que vivían fuera, emigrantes en Madrid y Barcelona, dos zonas muy azotadas por el virus, donde entre las víctimas también hay extremeños.

Ahora sí se permite la compañía a los enfermos críticos contagiados en su fase terminal. Pero muchas vidas se han quedado en el camino sin esa despedida final.

EL PERIÓDICO EXTREMADURA quiere recordar a las víctimas del coronavirus y darle voz a sus familias para evidenciar que detrás de cada cifra hay una historia -hay cientos de ellas, muy diversas- con nombre y apellidos.

A continuación, solo una muestra de lo que el virus ha provocado y se ha llevado por delante.

VICENTA MURIEL PÉREZ. 91 años. De Cáceres.

Una de las abuelas de la Asistida

«Lo que más aprendí de ella fue el amor por la familia», dice su nieta mayor, Pilar San Gil, de 27 años. Su abuela falleció el 21 de abril en la Asistida de Cáceres, un centro muy castigado por la pandemia donde, asegura, recibió «mucho cariño de todas las trabajadoras».

«Nos llamaron el 5 de abril para decirnos que tenía fiebre y que la aislaban, pero no le hicieron la prueba. Unos días nos lo pintaban bien, otros mal... Justo antes de morir, mi padre pidió traérsela a casa, pero no le dejaron. La última vez que la vio fue el 12 de marzo, antes del estado de alarma, luego prohibieron las visitas», recuerda.

Hacía dos años que vivía en la Asistida. «Se cayó, tenía despistes... necesitaba cuidados especiales». Lo más duro, afirma su nieta, «que no hubiera funeral, no poder estar con tu gente». «Tú la has dejado ahí en la residencia y ahora lo que te queda es el cementerio».

Vicenta Muriel Pérez falleció con 91 años. Era ama de casa y viuda de un taxista. Se casó muy joven, como casi todas en su época. Tuvo ocho embarazos, cuatro hijos y seis nietos.

LUIS FELIPE RAMOS. 74 años.

De Cáceres. Un apasionado de la familia y de su huerto

«Ha sido todo muy frío. Se lo llevó una ambulancia y no volvimos a verlo», expresa Manuela. Su padre, Luis Felipe Ramos, 74 años, de Cáceres, murió el 27 de marzo en el San Pedro de Alcántara; esa semana se alcanzaba el pico de ingresos en Extremadura.

«Tenía problemas en los bronquios y era diabético. Lo noté constipado y llamé al médico, como siempre. El 25 de marzo se lo llevaron al hospital y hasta el día siguiente no supimos nada. Entonces nos avisaron para que le lleváramos la insulina, también les dimos su móvil y ya pudimos hablar. Nos contó que estaba en planta, que aquello era un caos, que no había bebido nada, y que él era el que mejor se encontraba». A la mañana siguiente les informaron que había dado positivo en covid-19. «Y por la noche nos llamaron para decirnos que había muerto; horas antes habíamos hecho una videollamada... Ni despedida ni nada. La funeraria lo hizo todo».

Luis fue capataz de obras públicas. Tenía tres hijas, nueve nietos y un biznieto. «Amaba a su familia y a su huerto», dice Manuela.

ÁNGEL SÁNCHEZ ANDRADA. 79 años. De Villanueva del Fresno. Uno de tantos extremeños en Madrid

«Siempre tuvo a Extremadura en el corazón», recuerda su familia. Ángel Sánchez Andrada se fue con 79 años víctima del virus. Nació en Cáceres, pasó su infancia y adolescencia en Villanueva del Fresno y siendo veinteañero se marchó a Alcalá de Henares, a trabajar en una fábrica de electrodomésticos, como otros tantos extremeños de aquella época. Él lo hizo con su mujer y su hijo, y allí nacieron sus cuatro hijas. Allí creo su nuevo hogar, una gran familia de once nietos y tres biznietos. «Y fue uno de los fundadores del centro extremeño, que presidió cuatro años», apuntan sus hijos.

Murió el 12 de marzo, antes del Estado de Alarma, cuando aún no había conciencia plena de lo que estaba por venir. Fue de los primeros fallecimientos en el hospital Príncipe de Asturias, de los más castigados por el covid-19. Apenas estuvo cuatro días ingresado en planta. Desde su habitación pudo hablar con su familia para mandarles mensajes de ánimo. «Fue un gran padre y abuelo. Siempre con su caja de herramientas dispuesto a ayudar. De esas personas que hablan poco y dicen mucho, con su mirada cómplice. Un ejemplo a seguir por su capacidad de perdonar y su silencio haciendo frente a todo. Sentía adoración por su familia, pero después de todo el cariño dado, tuvo que morir en soledad, sin el calor de los suyos, sin una caricia, sin poder cogerle la mano por última vez, ni siquiera la mujer con la que estuvo 61 años», lamentan sus hijos. «Dicen que algo se muere en el alma cuando una persona se va, pero ¿qué se muere en el alma cuando una persona se va así?», expresan.

JULIO HOLGADO DURÁN. 93 años. De Cáceres. Julio ‘el pintor’, así lo conocían en Cáceres

«Él sí tuvo la ‘suerte’ de sentir el calor de la mano de su nieta, enfermera, que casi todas las tardes estaba unas horas con él, poniéndole vídeos con mensajes de ánimo y afecto de su familia, y sus canciones favoritas de Antonio Molina». Lo cuenta Miguel Ángel Álvarez, otro de sus nietos. Su abuelo, Julio Holgado Durán, se marchó el 2 de abril con 93 años. Julio ‘el pintor’, así era conocido en Cáceres, llegó a tener su propia empresa. «Era el segundo de seis hermanos. Se quedó huérfano siendo un crío. Su padre falleció víctima de la guerra, su madre, al poco tiempo, de pena. No le gustaba hablar de aquello, se emocionaba, pero siempre los tenía muy presentes», recuerda Miguel Ángel.

Julio y su mujer, Alfonsa Esteban Vadillo, de Salvatierra de Santiago, cerca de Montánchez, estuvieron casados más de 50 años y celebraron las bodas de oro con sus siete hijos, 17 nietos y 11 biznietos. «Fue nuestro ejemplo en todo. Bueno y humilde. Y supo ganarse el respeto de los demás».

ROSA MORÁN BERMEJO. 78 años. De Cáceres. Una vecina del barrio de Aldea Moret

«Nos dejaron estar en la sala de espera de Urgencias, eso sí, con todas las medidas de protección. Lo que allí vi fue horrible: a cada momento una ambulancia, llegaban hasta tres a la vez, mientras que por otra puerta salían cada dos por tres ataúdes. Fueron los peores días en el San Pedro de Alcántara». Quien habla es Guillermo Rodríguez. Su suegra, de 78 años, falleció en este hospital el 26 de marzo. Vivía en la residencia La Hacienda, en Cáceres.

Apenas estuvo en planta una semana, no llegó a entrar en la UCI. Tenía problemas respiratorios.

«Lo peor es que en esos momentos no te dejaban ir ni al tanatorio ni al cementerio. A los dos días teníamos las cenizas en casa. Cuando podamos queremos enterrarla con su marido», cuenta Guillermo. «Mi mujer ha necesitado ayuda psicológica porque es muy duro no poder despedirte de tu madre».

Rosa Morán Bermejo era vecina del barrio de Aldea Moret. Ama de casa, tuvo cinco hijos (uno falleció) y nueve nietos. «Era una persona muy buena», asegura su yerno.

FRANCISCA PLAZA RUIZ. 87 años. De Cañamero. La inagotable panadera de Cañamero

Era viuda, se rompió la cadera hace tres años, y hacía dos que se había mudado de su hogar en Cañamero a la residencia de Logrosán, una en la que los trabajadores se confinaron con sus mayores para evitar más contagios. «A ella le hicieron la prueba, dio positivo y la aislaron», cuenta su nieta Laura Torrejón. «Mi madre, que vive en Cañamero, a apenas 13 kilómetros, sentía mucha impotencia de no poder ir a verla, pero las visitas no se permitían». «Eso lo lleva muy mal. Y después, que te tienes que fiar de que en ese ataúd está ella, porque no la has visto. Que no pienso que se haya hecho mal, pero es una sensación muy rara». Su abuela, Francisca Plaza Ruiz, acababa de cumplir 87 años cuando falleció. Fue el 26 de abril, el primer domingo que se permitió la salida a la calle de los niños.

Francisca fue toda la vida panadera en su pueblo. «Trabajadora al máximo, no dejaba sin pan a ningún forastero, siempre ayudando a su familia, con 70 años todavía hacía las cuentas de cabeza», recuerda su nieta.

FRANCISCO SÁNCHEZ JIMÉNEZ. 90 años. De Sierra de Fuentes. La generación del hambre y la posguerra

Su generación estuvo marcada por una infancia de posguerra y hambre. Como otros tantos, perdió a su padre siendo un niño (tenía seis años). De joven se marchó a trabajar a una mina de Huesca. Después volvió al pueblo, a Sierra de Fuentes, donde era conocido como el ‘tío Sanchez’. «Tuvo un carrito de chucherías, lo llamaban para las matanzas.., hizo de todo», cuenta su nieto Juan Manuel.

Su abuelo, Francisco Sánchez Jiménez, murió el pasado 6 de abril. Había celebrado ya los 90 años. «Se empezó a sentir mal y la médico del pueblo le dijo que tenía bajos los niveles de oxígeno. Se lo llevaron al San Pedro, le hicieron la prueba y dio positivo, después lo trasladaron al hospital Virgen de la Montaña. Y allí falleció. Apenas estuvo una semana ingresado. No pudimos hablar con él en ningún momento».

Para su nieto, se ha ido el pilar de la familia: «No voy a olvidar sus consejos, sus sabias y oportunas palabras, los valores que nos transmitió. Dicen que los abuelos son eternos. Y eso es lo que creo: siempre estará con nosotros».

PAQUI VILLEGAS RODRÍGUEZ. 91 años. De Cáceres. Paqui, una comerciante de las de antes

«La persona a la que más quería y la que más me enseñó». Así resume Francis la pérdida de su madre, a la que también se la llevó el virus. Paqui Villegas Rodríguez tenía 91 años y vivía en la residencia La Hacienda, en Cáceres, desde hacía cuatro años, desde que se cayó y se lesionó la cadera. Falleció el 8 de mayo, justo antes de que Extremadura entrara en fase 1 y ya se permitieran los funerales; en su caso tampoco pudo haber despedida. Su última visita familar fue el 12 de marzo, justo antes de decretarse el Estado de Alarma y de prohibirse la entrada a los centros de mayores.

Ella fue una de las residentes a la que le hicieron la prueba del covid-19 y dio positivo. No llegó a ir al hospital.

Paqui era una persona muy conocida en Cáceres por regentar una droguería de las de antes y por pertenecer a una familia de comerciantes.

Tuvo tres hijos y cinco nietos, «todos varones, se quedó con la pena de una nieta», recuerda Francis.

DAVID ENCISO MORALES. 86 años. De Jaraíz de la Vera. El distribuidor de butano en Jaraíz de la Vera

«Él se empezó a sentir mal, pero no sospechamos nada porque en el pueblo no había ningún caso. El 25 de marzo lo llevamos al centro de salud y nos recomendaron ir al hospital de Plasencia a hacerse una placa, pero nos dio pánico que allí se pudiera contagiar, así que no fuimos. Pero a los pocos días se puso peor, llamamos al 112, lo atendieron en casa, pero ya después se lo llevaron a Plasencia. Duró horas allí», cuenta Ana Enciso. Su padre, David Enciso Morales, 86 años, de Jaraíz de la Vera, donde vivía con su mujer, ha sido otra de las víctimas del covid-19. Murió el 31 de marzo.

«Solo tuvo fiebre el día anterior. Le hicieron la prueba después de fallecer y dio positivo. Hemos terminado todos infectados, yo y mi madre por ejemplo hemos perdido el olfato completamente, pero no nos han hecho la prueba».

En Jaraíz, David regentó una ferretería y tenía una empresa con la que distribuía bombonas de butano. «Fue un buen hombre, siempre dejaba huella en los demás, yo lo volvería a elegir como padre», expresa su hija.

MANUEL JESÚS FELIPE RAMOS. 60 años. De Cáceres. Otro extremeño más en Cataluña

Manuel Jesús Felipe Ramos tenía 60 años y síndrome de Down. Era de Cáceres y su madre cuidaba de él, pero cuando ella murió tuvo que marcharse a vivir a Martorell, cerca de Barcelona, donde residía su hermana, otra emigrante más en Cataluña, que asumió sus cuidados. «Le costaba hablar, pero nosotros lo entendíamos. Venían siempre en verano, en Navidad y todos los puentes que podían. Era una persona muy alegre», recuerda su familia.

Estuvo constipado unos meses antes y tuvo que quedarse en el hospital. Después volvió a recaer y fue de nuevo ingresado. Le hicieron la prueba y dio positivo. «Entonces lo aislaron y ya se tuvo que quedar solo hasta que murió», recuerda una de sus sobrinas. «En cuanto podamos, nos traeremos los restos para enterrarlo aquí en Cáceres».

Manuel Jesús falleció el 24 de marzo, tres días después moría en Cáceres su hermano Luis, también de coronavirus y cuya historia se recoge igualmente en estas páginas.