Hay vidas que no se entienden sin la figura de los abuelos. Ellos son el faro que guía con mimo el caminar de sus nietos, a quienes muestran un amor único e incondicional que se prolonga hasta el final de su existencia. Es habitual que abuelos y nietos pasen mucho tiempo juntos, bien por motivos laborales de los progenitores de los niños, o por el simple hecho de que es inevitable cortar esta relación. El confinamiento, sin duda, les ha robado tiempo a mayores y pequeños, quienes han sufrido por no poder estar juntos.

Catalina Carrasco es una abuela emeritense todoterreno que ha tenido desde siempre un contacto muy estrecho con sus cuatro nietos: Telma, Oliver, Leo y Aitor, que tienen 2, 5, 7 y 10 años, respectivamente. Acostumbrada a convivir con ellos prácticamente a diario, ya que estos suelen pasar mucho tiempo en su casa, el aislamiento social supuso un freno en seco en la relación que le afectó psicológicamente: «La verdad que lo he pasado fatal por mis nietos, pensé que no los iba a ver más».

«Mis nietos están conmigo desde que nacieron. Imagina lo que es pasar de tener una casa llena a quedarse vacía en un momento», recuerda Catalina, en relación a cuando se decretó el Estado de Alarma, el pasado 14 de marzo. Desde ese día, su vida dio un giro de 180 grados. Para hacer más llevadera la distancia con los pequeños, sus hijas la llamaban todas las tardes para que pudiera verlos mediante videollamada. Confiesa que a la hora de la comida era cuando más los echaba de menos: «Me sentía vacía, no sabía ni qué hacer de comer».

Catalina era consciente de que no se podía hacer nada por cambiar la situación, ya que era lo que procedía para hacer frente al coronavirus, pero eso implicaba no estar con sus nietos y lo pasaba mal, sobre todo por ellos, al considerar que necesitaban «aire, sol y calle». «No veía nunca el momento de ver a mis nietos, veía que el Estado de Alarma se alargaba y me fastidiaba cada vez que ampliaban 15 días más el confinamiento», afirma.

El problema para ella no era estar en casa, sino el hecho de no poder tener cerca a los pequeños. Afortunadamente, al menos ellos no lo llevaron tan mal: «El confinamiento ha sido duro, pero lo han sabido llevar muy bien». En toda esta historia, quien también lo pasó mal fue su marido Eugenio Álvarez, porque según Catalina, el abuelo «no tiene miramientos con los nietos y hace lo que sea por ellos».

El reencuentro

El ansiado reencuentro se produjo en casa de su hija María Dolores, la madre de Aitor y Leo. «Los niños me abrazaron en seguida cuando me vieron», recuerda emocionada. A la semana siguiente vio también a Oliver y Telma, de su hija Gema, y la pequeña salió corriendo a sus brazos. «Yo pensaba que ya ni se iban a acordar de mí», asegura. «El primer día que estuvimos juntos los veía más extrañados, pero ya están bien. Ellos saben lo que está pasando porque sus madres se han encargado de explicárselo. La chica, Telma, dice: ‘Ahí no se toca que viene el coronavirus’», apunta Catalina.

La abuela asegura que vio más grandes a los nietos, ya que «parece que los dos meses no hacen nada, pero sí que hacen», aunque por lo demás seguían igual. A día de hoy, los pequeños acuden a diario a su casa, donde hacen los deberes por la mañana, se quedan a comer y algunos días a dormir. «Desde que nacieron vienen a mi casa, se han criado aquí y los cuatro son como hermanos», explica. «Volver a estar con mis nietos supone la felicidad completa. Es verdad que lo pasé muy mal, pero ahora estoy súper contenta», asegura.

La conciliación

Su hija María Dolores, que regenta una peluquería en Mérida, explica que por motivos laborales sus hijos pasan mucho tiempo con la abuela, por ello el confinamiento supuso un gran cambio: «A mis hijos los ha criado su abuela prácticamente. Por un lado estaban contentos de estar conmigo 24 horas en casa cuando nunca ha sido así, pero también les supuso una tristeza el no poder ver a sus abuelos, a sus tíos y a sus primos».

«La conciliación ya era complicada antes y ahora es insoportable porque tampoco hay colegio. No tenemos alternativa, por ello recurrimos a los abuelos y tíos, aún sabiendo que no es lo recomendado», destaca Lola. Subraya que ahora tiene que apoyar su negocio al 100%, porque no puede «dejar que se hunda». Por suerte, los abuelos están encantados de estar con sus nietos para recuperar el tiempo perdido.