"No he hablao nunca con el tipo ese, pero me cae fatal ”, dicen. Tiene su dengue lo de las filias y las fobias, no me lo negarán. Lo que unos llaman química cuando no sabemos por qué razón una persona nos es grata, nos resulta simpática, nos da buen rollo, hay buenas vibraciones, se torna animadversión, repudio, rechazo visceral cuando sin saber muy bien por qué no podemos tragar a otras.Sería de hipócritas no reconocer que esto le pasa a to chichirimundi. Pero también nos puede pasar –de hecho nos pasa– que podemos cambiar nuestra primera opinión sobre alguien cuando le conocemos de cerca. Esa mirada torcía, ese gesto a la defensiva, ese lenguaje corporal negativo y desconfiado, se puede tornar la más bonita de nuestras sonrisas, el más agradable de nuestros gestos, la más amena de nuestras conversaciones.Lo que antes nos repelía, una forma de moverse, un lenguaje malinterpretado, una manera de vestir, unas habladurías de peluquería, quedan en la nada, lo cambiamos y lo miramos con otros ojos, a veces permisivos, otras veces incluso hasta admirativos. El hábito muchas veces no hace al monje -ni a la monja-, pero es muy típico de los mediterráneos explosivos dejarnos llevar por las apariencias, y éstas, ya lo dice el refrán, a veces engañan. Cuando conozcamos a ese o esa desconocida que tanto nos repatea entonces estaremos en nuestro derecho de reivindicar que es un auténtico gilipollas, una engreída, un chulo, una estirada, o demás piropos múltiples.Mientras tanto no perdamos la ocasión de ampliar nuestras amistades, aunque las vean como peligrosas, y sobre todo de enriquecernos con la cantidad inmensa de seres humanos interesantes que circulan por el mundo, aunque éste sea pequeño ya veces tan limitado como lo es nuestro querido pueblo.