La polémica esta semana se ha vivido en la población de Millanes. En esta pequeña localidad de algo más de 200 habitantes surge al menos la duda de la honestidad de su párroco. Sin entrar a juzgar a nadie, ni hablar de inocentes o culpables desde esta publicación surgen una serie de preguntas. ¿Cómo puede vivirse la religión en un pueblo donde no se acepta a su máximo responsable? ¿Cómo puede un vecino escuchar misa, comulgar o confesar sus culpas ante una persona a la que no cree y sobre la que ha estampado su rubrica para pedir que abandone el municipio? ¿Acaso no es el sacerdote el mediador en la tierra entre Dios y el hombre? ¿Y si ese mediador no es aceptado no estarán los feligreses en disposición de solicitar que sea otra persona la que ocupe este lugar? Reiterando que en ningún momento queremos pronunciarnos a favor de ninguna de las partes, y que hemos intentado darles una visión plural de lo sucedido, sí hay una cuestión clara dentro de esta polémica: que son muchos en Millanes los que no quieren al párroco.