Ahora no es momento de denostar el uso de lo que los finolis llaman palabras malsonantes. No. Todo lo contrario.Lo cierto para algunos de nosotros es que quien no use esas muletillas tan españolas en su hablar habitual está claro que está prescindiendo de un elemento expresivo tan útil como arma arrojadiza en momentos muy determinados. Porque estamos de acuerdo que el taco o la sucesión de tacos -tacada, diría yo- puede añadir una dosis extra de peso a tu mensaje a la hora de expresar el mosqueo más grande del mundo, el halago más exacerbao imaginable o la hipersorpresa.La suerte que tenemos de poseer un idioma como nuestro denostado castellano, aunque tan intoxicao por tanta mariconada angloamericana, es que a Dios gracias sigue conservando un amplio repertorio de giros taqueros, muchos de los cuales -quizás los más usados- aluden a los atributos masculinos y femeninos para enfatizar situaciones que a todos se nos presentan a diario.Porque seamos sinceros: si alguien te toca los cojones no le vas a soltar "¡no me manipules los testículos!"; además de ser una cursilada, no tiene ninguna fuerza semántica, y encima te toman por discípulo aventajado del inefable Boris; en el otro extremo de acepciones sexuales, se podría mencionar el clarificador "me tienes hasta el coño"; anda bonita, ve tú y dile a ese tío que te tiene hasta ahí que "me posees hasta el clítoris". Se podría confundir con una clara invitación a compartir piltra y no, se trata de mandar al tipejo ese más allá de la Piedra Caballera. Cada taquete a su tiempo y siempre dentro de un contexto.Así el taco se debería aceptar sin complejos ni tabúes, como lo han hecho políticos de renombre ("Manda huevos") o árbitros mundialmente famosos ("Rafa, no me jodas"). ¡Qué viva el taco, joder!