Un científico estudiaba en su angosto laboratorio la inteligencia de los crustáceos. Colocó sobre una mesa un cangrejo y le ordenó: "¡anda!". Y el cangrejo comenzó a caminar. Entonces, decidió arrancar al pobre animal una pata. Pese a ello, el crustáceo recorrió inmediatamente el mueble.

El investigador continuó quitando extremidades a su conejillo de indias y éste, una y otra vez, desafiaba a la ciencia desplazándose como podía. Finalmente, al cangrejo le cortaron su última pata y le demandaron andar, pero en esta ocasión el animal no se movió. El científico, orgulloso de su descubrimiento, escribió raudamente en su libreta: "Cuando le arrancas todas sus patas, el cangrejo queda sordo ". Algo similar está ocurriendo con la democracia de nuestro tiempo. Los políticos están sajando al sistema sus fundamentos, pero no renuncian a vender al vulgo la imagen de una sociedad igualitaria. A pesar del acelerado desarrollo tecnológico y económico que ha sufrido el planeta en las últimas dos décadas, en la actual sociedad los políticos han encontrado las sendas por las que escapar a sus responsabilidades. Han logrado esquivar las leyes de la igualdad, carta magna de la democracia, y se encuentran en una órbita donde no se estima necesario responder a sus obligaciones. Sólo así se explica la actuación política de José María Aznar que, capaz de comparecer ante el Congreso de los Estados Unidos para defender la invasión de Iraq, se niega a explicar a los españoles --sus gobernados y pasados electores-- las razones que le llevaron a apoyar esta guerra sin el consentimiento ni el consenso de la sociedad ni de las cámaras representativas -Congreso y Senado-. El teórico del Derecho y la Filosofía Política, Norberto Bobbio, ha acusado en su libro El futuro de la democracia al capitalismo de hundir en la putrefacción al sistema democrático. De esta forma, la esencia de igualitarismo que denota el sistema ha caído en saco roto.

El ilustre ideólogo italiano, que falleció el pasado 9 de enero, insiste en que las instituciones gubernamentales dirigen los destinos del mundo de acuerdo con las élites políticas y económicas. Sus argumentos son simples: los partidos, establecidos como máquinas de marketing que agregan falaces promesas sociales en el momento de las elecciones, cada vez se alejan más de los votantes; y existe una gran tendencia a privatizar los servicios públicos y publicitar lo privado. El caso más sangrante es de Estados Unidos, primera potencia militar y económica del mundo, adalid de la igualdad y las libertades. En su territorio, 30 millones de personas viven condenados a existir sin servicios sanitarios debido a su escasa renta. Aristóteles o Kant, confiaban en la democracia porque creían que podía funcionar gracias a que todo se hacía público. Sin embargo, la realidad es canalla. Si con los gobiernos de Felipe González la sociedad española descubrió las tácticas para realizar una política sucia, entre bastidores, con personajes como Aznar y Bush el mundo queda sometido a dictadores pseudodemócratas que se han autoproclamado jueces del planeta. ¿Se dará cuenta un día el científico de lo que ha hecho? Seguramente, la sociedad tarde mucho en descubrir que esto que llamamos democracia no es más que pura tecnocracia: gobierno de personas especializadas en alguna materia de la economía, la administración, el ladrillo, etc., que ejerce su cargo público a fin de hallar soluciones eficaces para sus intereses por encima de consideraciones ideológicas, morales o de responsabilidad política.