Antaño los últimos días de diciembre y los primeros de enero los dedicábamos a preparar las matanzas. Eran los días más fríos y las heladas caían durante la noche y curaban muy bien los chorizos, salchichones las patateras y las morcillas de calabaza. Era un día muy esperado, se avisaba a los parientes y los vecinos para que nos ayudaran. Los hombres muy temprano preparaban el cochino y las mujeres lo primero que hacían era lavar las tripas y meterlas en sal. Más tarde se picaba la carne para los chorizos y los salchichones y con la gordura se preparaban las morcillas. Se tenían las calabazas cocidas unos días antes y las patatas también pues casi siempre era lo primero que se llenaba. Movíamos y movíamos la sangre para hacer el mondongo que poníamos a cocer inmediatamente. Cada mujer hacía una cosa, unas lo guisaban, otras lo picaban y otras preparaban las tripas en agua templadita para que no se rompieran. Otra de ellas preparaba la comida para todos, las sopas de cachuelas se solían preparar y el hígado con tomate también. Algunos preparaban patatas con carne con huesos del cochino, se solían hacer comidas que no dieran mucho trabajo y que poco a poco a fuego lento se fuera preparando ella sola. Una vez todo guisado en las artesas se tapaban hasta que la carne picada cogía los guisos y bien por la tarde o al mediodía se preparaba la máquina y a llenar inmediatamente. A los chiquillos para que no estorbáramos nos daban el rabo y la pajarilla y uno de los mayores nos lo asaba en la lumbre y con eso entreteníamos el tiempo. Las mujeres preparaban el adobo para los lomos y con sal gorda salábamos los huesos y las carrilleras y una vez los jamones limpios se los cubría de sal y se les ponía mucho queso encima para que quedaran limpios de sangre y así se tenían aproximadamente un mes. En el adobo solían meter algo de panceta, huesos y por supuesto los lomos que se tenían tres o cuatro días en el caldo antes de embucharlos. Los tocinos bien recortados se tendían en unas tablas y se cubrían de sal durante un tiempo, cuando se sacaban se conservaban así durante todo el año. Las mantecas del cochino se deshacían y se usaban para dulces, con los chicharrones se hacían unas bollas riquísimas, también con la manteca se conservaban los chorizos para el verano. Para que todo esto salga bien hay que saber atar muy bien apretando la cuerda y poniendo la tripa en la máquina sin que tenga aire. Con un alfiler de caporra negra se va pinchando a medida que se van llenando. Más tarde todo se colgaba en la cocina pues los techos eran de madera y en las vigas se ponían unas puntas y se encendía la lumbre de leña. Cuando empezaban a gotear más de dos veces aquellos goterones nos caían encima, cuando todo había terminado las mujeres se ponían manos a la obra y fregaban artesas, baños y tijeras y demás utensilios que se habían utilizado. Los hombres solían asar unas cortezas y unas magras que más tarde todos saboreábamos. Los muchachos cansados de todo un día de trasiego nos daban un café con leche y unas pringadas y para que no diéramos más la lata nos mandaban a la cama. Así terminaba la matanza que tanto habíamos deseado para saborear el rabo y la pajarilla.