A lo largo de casi 40 años y 21 películas, su cine ha representado la tensión entre la inevitable desesperación causada por el capitalismo y la necesidad de seguir luchando. En su nuevo trabajo, Gloria Mundi, habla de la desintegración del ideal colectivo y el triunfo del liberalismo salvaje.

—¿Es Gloria Mundi la película más enfurecida de su carrera?

—Posiblemente. Tras estrenar mi película previa, La casa junto al mar (2017), tenía pensado rodar una comedia, y hasta tenía el guion listo. Pero sentí que no era apropiado, estoy demasiado cabreado. Decidí contar una historia que reflejara mi ira contra el mundo en el que vivimos. Quería denunciar la intransigencia que ha contaminado nuestra sociedad: las mentalidades se han endurecido, y las relaciones humanas se están pervirtiendo. Vivimos en un estado de guerra total.

—La película establece un agresivo contraste entre jóvenes que no creen en nada y la generación de sus padres, que defienden un sistema de valores. ¿No es una visión algo maniquea?

—Pero es que las cosas son así. La nueva generación es incapaz de mantener relaciones de convivencia, solidaridad y fraternidad. Las personas ya no viven en familia ni en sociedad sino las unas contra las otras; las únicas relaciones que se establecen están basadas en el interés y el dinero. Este individualismo frenético que nos asola corrompe hasta la interacción más leve.

—¿Diría que el principal motivo de todo ello es la ‘uberización’ de la sociedad, ese proceso que obliga al trabajador a explotarse a sí mismo? ‘Gloria Mundi’ parece sugerirlo.

—Desde luego. El capitalismo ha triunfado sobre el ideario de la clase obrera. Actualmente, los trabajadores no aspiran a tener un trabajo con el que contribuir a algo, sino que quieren ser dueños. Del modo parecido, los desfavorecidos han adoptado el discurso de sus explotadores; vas a un bar y puedes escuchar a un trabajador que lleva seis meses en paro hablando a favor de los empresarios, y en contra de que se aumente el sueldo base porque eso dañaría la competitividad contra China. Es terrible. Da la sensación de que la batalla está perdida.

—Pero la gente sigue saliendo a la calle. Hay protestas y disturbios en Francia, y en España, y en Chile, y en muchos otros lugares. ¿Qué opina del uso de la violencia?

—A veces, es la única salida. Entiendo que la gente salga a la calle y queme coches de gama alta y ventanales de bancos. Y me parece bien; después de todo, tanto ese BMW como ese banco están asegurados. Se trata de violencia de cosas materiales, símbolos del capitalismo. Como dijo Albert Camus, el desorden es preferible a la injusticia. Y si las cosas no mejoran, seremos testigos de un aumento aún mayor de la violencia social y colectiva.