Llevábamos tanto sabiendo de él sobre todo por la larga disolución de su matrimonio que llegamos a pensar que habíamos perdido a uno de los actores con más talento de su generación, pero Brad Pitt está definitivamente de regreso; lo demostró hace unas semanas con Érase una vez… en Hollywood, en la que le bastó un pequeño papel para erigirse en lo mejor de la película, y lo vuelve a demostrar en el estupendo drama de ciencia-ficción que ayer presentó en la Mostra de Venecia, y en el que cada escena gira en torno a él.

Dirigida por el gran James Gray, Ad Astra puede definirse como una versión de El corazón de las tinieblas en la que Kurtz no se oculta en el Congo -como en la novela original de Joseph Conrad- ni en la jungla vietnamita -como en Apocalypse now-, sino cerca de los anillos de Saturno. En todo caso su protagonista es Roy McBride (Pitt), que emprende una misión a los límites del sistema solar para encontrar a un astronauta que al parecer ha perdido el juicio y quizá tenga la clave para salvar a la humanidad del desastre: su padre.

En otras palabras, Ad Astra no es sino otra de esas demoledoras historias que Gray ha contado varias veces a lo largo de su carrera -en La noche es nuestra o Z, la ciudad perdida- sobre hombres que viven aplastados por la sombra de sus fallidos progenitores y que parecen condenados a seguir sus mismos pasos. Mientras cruza un espacio exterior tan majestuoso como metafórico -y en el camino se enfrenta a piratas lunares y babuinos enloquecidos-, lo que McBride busca esencialmente es su redención. Gracias a ese fascinante viaje, Brad Pitt vuelve a demostrar que él ha encontrado la suya propia.

Si hay una relación familiar más potencialmente dolorosa que la que mantienen un padre y su hijo -o una madre y su hijo- es la de un marido y una esposa que deciden dejar de serlo; de eso habla Marriage story, que también presentó ayer su candidatura al León de Oro y también es magnífica. Scarlett Johansson y Adam Driver encarnan a una pareja que, al principio de la película, ya han iniciado los trámites de su separación. Su intención es romper de forma amistosa pero, en cuanto sale a la luz toda la porquería que se escondía bajo la alfombra -celos, egoísmos, traiciones-, queda claro que el hijo común será usado como un trofeo por el que competir, que los abogados convertirán el conflicto en una guerra sin cuartel, y que de ella nadie saldrá vencedor.

FINURA / Es decir, lo importante aquí no es lo que se nos cuenta, porque ya nos lo sabemos; lo importante es la finura con la que Noah Baumbach y sus actores nos lo cuentan; cómo cargan a ambos protagonistas de razones y faltas, de manera que al contemplarlos es inevitable ponerse del lado de él y del de ella alternadamente; cómo nos arrancan la carcajada en una escena y nos anudan la garganta en la siguiente -o la misma-.