Existe el peligro de interpretar 'Cuando éramos ángeles', segunda novela de la andaluza Beatriz Rodríguez (Sevilla, 1980), tan solo como una novela negra. Y no es solo eso, aunque la autora , que acaba de saltar con ella a una gran editorial como Seix Barral, no rechace la etiqueta. En realidad su intención era contar esa "deconstrucción", que se produce en todos nosotros cuando pasamos de la infancia a la adolescencia. Pero sí, no le falta ni un ingrediente de género: unaintriga, un crimen, una investigación y muchos sospechosos. Todo muy canónico, en un pueblo llamadoFuentegrande, donde apenas pasa nada, más allá de los secretos enquistados que guardan sus habitantes.

No hay que molestarse en buscar el topónimo en el mapa. Es una construcción de Rodríguez, un cruce entre Vejer de la Frontera y algún pueblo alpujarreño o de la Sierra de Huelva, en todo caso unalocalización andaluza, cosida a retales de sus recuerdos infantiles de tantos veraneos en el pueblo familiar. Con el añadido culinario deuna serie de platos tradicionales imposibles que van jalonando la trama y el nombre de los capítulos. A saber: sangre encebollada, asadura o gazpacho de culantro, solo aptos para valientes.

La primera novela de la autora, 'La vida real de Esperanza Silva', mostraba aunas niñas adorables y un tanto ingenuas y a Rodríguez le quedó el gusanillo de contar cómo las cosas empiezan a torcerse un poco más tarde: “Me puse a recordar la crueldad de la adolescencia, esa etapa en la que no tienes opinión, más allá de la del grupo, y te relacionas con un montón de gente con la que acabas no teniendo nada que ver”. Colocar a un grupo de adolescentes “con una cultura de campo durísima que tratan con crueldad tanto a los animales como a las chicas” en un contexto cerrado como el del pueblo de su ficción llevó a que ese proceso desembocara en la muerte del muchacho, luego hombre, más prepotente del grupo, muchos años después. De ahí que la historia se desarrolle en dos tiempos, los años 90 y el presente.

FRENTE A LA CRISIS

Acepta Rodríguez que el retrato de los chicos es generacional. “Inevitablemente tenía que utilizar mi experiencia. Y para contextualizarlo utilicé la música como una forma de identificación, creo que los adolescentes de los 90 fuimos la primera generación, la primera nacida en democracia, que tuvimos un acceso muy fácil a la música internacional. También es cierto que aquella música era bastante 'light', a tono con nosotros que también éramos 'light', demasiado acomodados. Y así nos ha ido, nos hemos dado de bruces con la crisis con mucha indignación pero nulos instrumentos para enfrentarnos a ella”.