Fue publicitado, a principios del siglo XXI, como el veinteañero prodigio de las letras estadounidenses. El próximo eslabón en la prestigiosa cadena del escritor judeoamericano con una importante carga de sentimentalismo que no gustó a algunos pero provocó un alud de lectores. Hace una década que Jonathan Safran Foer (Washington, 1977) milita en el vegetarianismo como una forma de lucha medioambiental. Dejó constancia de ello en Comer animales, un ensayo que se convirtió en documental coproducido y narrado con Natalie Portman -con la que tuvo una larga e intensa correspondencia publicada en TMagazine, que echó a rodar no pocos chismorreos- y ahora regresa con Podemos salvar el mundo antes de cenar (Seix Barral), en el que advierte que si elegimos una dieta menos cárnica tendremos una posibilidad de revertir el cambio climático, ya que la ganadería intensiva, hoy por hoy, es directamente responsable del calentamiento global.

-Este es un libro extraño que vincula reflexión íntima y erudición frente a esa idea universal que todos aceptamos en mayor o menor medida de que el planeta está en peligro.

-Es que la crisis climática es muy extraña también, porque es a la vez un problema global e individual. No creo que vayamos a vivir pronto en un mundo en el que los gobiernos empiecen a regular las conductas de forma que nos obligue a todos a hacer lo correcto.

-¿Así que la responsabilidad debe recaer en el ciudadano

-Me temo que de momento sí. Pero está bien que pensemos en ello y descubramos nuestras capacidades y nuestras limitaciones.

-¿Qué se gana reduciendo el consumo de carne?

-Según las Naciones Unidas, la ganadería es la causa principal de la contaminación del aire y del agua, de la deforestación, de la pérdida de biodiversidad y la desertización. Es la causa número dos de la emisión de gases de efecto invernadero, por lo tanto un científico diría que cuanta menos carne consumamos, menos pasarán estas cosas.

-Parece una medida asumible. ¿Qué otras propuestas se pueden seguir?

-Sabemos que frente a la crisis climática hay cuatro cosas que realmente importan: volar menos, conducir menos, tener menos hijos y comer menos carne. En mi vida, comer menos carne es lo más fácil. Y también parece la cosa más urgente, porque es la única que consigue reducir el metano y el óxido nítrico, los gases de efecto invernadero más potentes. Y debemos hacerlo rápido porque llegará un momento en que los efectos no se podrán revertir. Hay pequeños gestos que podemos asumir, como comprarnos un coche eléctrico o no volar en nuestras próximas vacaciones.

-Supongo que en algún momento hará trampas y le hincará el diente a una hamburguesa.

-No soy coherente al 100%. Pero prefiero no pensar en ello en términos de hacer trampas. Digamos que si eres vegetariano y una vez por semana comes un poco de carne puedes pensar en ti mismo como alguien hipócrita o como alguien que hace las cosas bien 20 de cada 21 comidas.

-¿No es un poco paradójico que medio mundo se preocupe por las dietas y la comida sana y el otro se muera de hambre?

-Tenemos 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo y una cantidad parecida de obesos. No hay ninguna equidad en la forma en la que consumimos. Es extremadamente ineficiente producir carne. Se necesita introducir de 6 a 26 calorías en un animal para obtener una caloría a cambio. Así que objetivamente estamos tirando mucha comida y eso es injusto.

-Así, el cambio climático tiene que ver con la justicia social?

-Absolutamente, porque los ricos de los países ricos están provocando daños a los pobres de los países pobres. Es decir, fumar en Estados Unidos puede producir cáncer en Bangladés.

-¿Cambió su percepción de todo esto al tener hijos? ¿Pensó en el mundo que iban a heredar?

-Es la típica historia que solemos contarnos. Pero para ser honestos no sé si es exactamente así. Los ambientalistas más activos que conozco no tienen hijos.

-En todo caso, los más jóvenes son los que están más angustiados y los que se enfrentan al problema de la manera más directa.

-Eso es totalmente cierto. Pero los mayores no debemos fijarnos en los jóvenes y exclamar que son maravillosos o inspiradores. En primer lugar porque es condescendiente y en segundo lugar porque conozco a muchos que simplemente observando la pasión en sus hijos creen que ya están participando. Al planeta no le importa si ves un vídeo de Greta Thunberg y te echas a llorar. Al planeta le importa si ves el vídeo y te propones cambiar tu vida.

-¿Greta Thunberg le emociona?

-Es alguien increíble. Soy amigo de varios medioambientalistas que viajaron con ella por Estados Unidos y me dijeron que ella es así, incapaz de reprimir su propia verdad. Muchos me preguntan por ella, como si hubiera un trasfondo oscuro, pero creo que nadie puede sentir hacia ella nada que no sea una gratitud extrema.

-Hay gente que la acusa de simplificar el mensaje y de pulsar en exceso el factor emocional.

-Estoy de acuerdo en que Greta no puede ser la única mensajera de la lucha medioambiental. Ella es muy buena comunicándose. Pero necesitamos otros mensajeros, científicos, artistas, escritores, periodistas…

-Que Trump revalidara su mandato en la Casa Blanca sería otro grave revés para la causa.

-Sería terrible para cualquier causa. Sin embargo, odiar a Donald Trump nos hace sentir bien y en el fondo es como llorar ante Greta Thunberg. Una emoción que podemos confundir con una acción. Yo trabajé en la campaña de Hillary Clinton y si ella hubiera llegado a presidenta, Estados Unidos seguiría formando parte del Acuerdo de París, pero con toda seguridad no habría cumplido los objetivos de la cumbre. Trump nos ha mostrado el reflejo horrible de lo que somos. Se puede decir que, en cierto sentido, ha sido motivador. Ahora bien, evidentemente, no quiero que gane.