A los quince años Alberto Manguel le hizo de lector a Jorge Luis Borges, quien, ya ciego, quiso revisitar a los grandes cuentistas antes de intentar componer sus propios relatos. En esos encuentros quedó deslumbrado por la inteligencia del escritor argentino y comprobó cuánto detestaba la estupidez.

"Borges tenía muy poca paciencia con la estupidez. Cuando algún escritor decía alguna tontería, su humor era absolutamente feroz y demolía con cuatro palabras la estupidez que fuera", afirmaba ayer Manguel.

Manguel (Buenos Aires, 1948) ha viajado estos días a España desde el sur de Francia, donde reside, para participar en el homenaje que se le ha rendido a Borges en la Casa de América con motivo del XXV aniversario de su muerte.

Haber trabajado como lector para el autor de El Aleph lo ha "condenado" en cierto modo a hablar de por vida sobre esa relación, cuya importancia él no supo calibrar en su adolescencia, aunque recibió "inconscientemente la gracia de su inteligencia". "En una época como la actual, en la que se alienta la estupidez, Borges respetaba no solo su propia inteligencia, sino la de todo otro ser humano", comentaba Manguel, quien, con el paso de los años, se hizo escritor y se convirtió en uno de los mayores expertos mundiales en el tema de la lectura.

En realidad, Borges conocía "de memoria" muchos de los cuentos que le leía el joven Manguel, pero necesitaba recordar "cómo estaban hechos, desarmarlos. Era todo un ejercicio de mecánica, porque quizá no se sepa bien lo escrupuloso que era Borges como artesano".

"El aparente azar de ciertos cuentos es muy deliberado, igual que pasaba en su conversación. Borges parecía improvisar, dudar y hacer pausas, pero todo era ensayado, y así pasaba en sus conferencias, que las ensayaba con pausas y dudas en la habitación del hotel", comenta el autor de obras como Diario de lecturas o La biblioteca de noche . Manguel conoce a fondo la obra de Borges y asegura que, después de él, "no podemos leer la literatura de la misma manera".