A partir del entierro de su padre, Alvaro, el protagonista de El corazón helado (Tusquets), la última novela de Almudena Grandes, empieza a descubrir la verdadera historia de su familia tejida con los silencios vergonzantes de los vencedores de la guerra civil. En un viaje por la historia descubre también que tras la vida oficial de la familia se ocultan viejos fantasmas que siguen muy vivos para quien, como él, decide escarbar en la memoria, incluida la suya. Y eso le cambiará la vida.

La escritora madrileña, de 46 años, se suma a quienes, libres de los compromisos de la generación que pactó la Transición, consideran un ejercicio de salud mental y política recordar. Grandes, transparente en sus convicciones políticas, ha plasmado en esta obra una "realidad que existe", la de la gente de su generación que "siente un interés muy grande por reconstruir la historia de su familia".

En El corazón helado la memoria se apiña en 900 páginas en las que la historia principal se ramifica y recorre la España de principios del siglo XX, la segunda República, la guerra civil y la dictadura. Los nietos de aquellos que pelearon en bandos distintos --Alvaro y Raquel, dos cuarentones--, cruzan sus vidas en una delicada e intensa historia de amor, y son los que pueden quitar el velo a una memoria "domesticada". Hay, dice, "sentimientos y política", no "sentimentalismos y panfletos".

"En España, la impunidad es una costumbre, un deporte nacional", afirma la autora. Esta frase no significa que Almudena Grandes pretenda abrir un juicio sumarísimo. Hay cosas que da por sabidas --"la democracia en España llegó por la generosidad de la izquierda"--, pero sí pagar una deuda porque "hay muchos motivos para estar orgulloso de ser republicano".

"No es una novela sobre la historia, sino sobre la memoria, aunque ambos conceptos se relacionen; es una novela sobre el presente, no sobre el pasado", señala.

"Los hechos históricos no son importantes sino en la medida en que se reconstruyen sentimentalmente".