Al principio, todos pensamos que era una broma. De Pedro Duque no, de Josep Borrell tampoco, ni de Grande-Marlaska (la cuota conservadora del Gobierno: instructor en seis de los nueve casos en los que la justicia española ha sido denunciada por la Comisión de derechos humanos de la UE por no investigar denuncias de torturas en las cárceles españolas. Y gay visible también). Pero, cuando dijeron el nombre de Màxim Huerta, lo más bonito que salió de los teclados (sí: nos comunicamos por WhatsApp: no había nadie cerca) fue: «¿En serio?». Con muchos signos de interrogación y muchas oes. «¿No es de El Mundo Today?»

En Twitter, que es una red social con toda la mala leche y que se presta muchísimo al linchamiento y al acoso, cogieron citas suyas de hace diez años diciendo que no hace deporte y que lo odia (se ocupará de esta cartera, además: ya sabemos lo de ‘mens sana in corpore sano’, pero qué tendrá que ver el culo con las témporas). Él mismo respondió: «Sabéis que no lo practico y no solía seguirlo, pero pienso mimarlo y amarlo. El deporte también es educación y cultura. El deporte es respeto, superación, humildad, perseverancia... Todo eso pienso ejercitarlo con tesón y esfuerzo».

El periodista Nacho Escolar escribió: «Trabajé con Màxim Huerta hace años en la redacción de Informativos Telecinco y le conozco lo suficiente como para certificar que es un gran tipo. ¡Enhorabuena!». Le respondió, entre otros miles, el también periodista Luis F. Bonilla: «A este tuit le ha faltado un ‘…y está más que preparado para el cargo’ para no dejarme intranquilo».

Amén.

De deporte, reconozcámoslo, no entiendo absolutamente nada. No sé distinguir un penalti de un geranio. En Cultura tampoco tengo ojo, porque yo fui (momento confesión) de las que se alegraron cuando el presidente saliente, Mariano Rajoy, designó a José Ignacio Wert al frente de Educación, Cultura y Deporte. La alegría me duró poco. Lo mismo el escepticismo se convierte en admiración de aquí a que acabe la legislatura.

No lo va a tener fácil.

De Huerta sabemos que va al cine solo y con amigos, que compra entradas de conciertos y que aplaude en el teatro y que visita a menudo el Museo del Prado. Lo contó en su último artículo de prensa (sí, es periodista). Y también dijo esto: «Cómo no vas a firmar un ejemplar con lo maltrecho que está el panorama, con los golpes que da la piratería y con lo escasos que son los derechos de autor. ¿Qué si te lo firmo? Vamos, te como la boca, lector o lectora si hace falta. ¡Te como la boca! Se la como hasta a Felipe VI si aparece por el paseo, a algún político incluso. Pero pocos votos deben ver en el Retiro cuando circulan por la feria sólo en modo ficción. Y si lo hacen es empujados por la jefa de prensa». El párrafo está tal cual: sí, hay una falta de ortografía y dos gramaticales. No vamos a hacer sangre. Prometido. Porque lo que dice es revelador: que a los políticos, en general, la cultura les interesa bien poco y también habla de los derechos de autor.

Este es uno de sus temas calientes. La ley Sinde y el incremento de poderes de la Sección Segunda, el Canon AEDE (que acabó con Google News en España), los límites a la copia privada… los derechos de autor, en definitiva. También la bajada del IVA cultural y las ayudas al cine. La falta de fondos de los grandes museos estatales. Solo el director de El Prado, Miguel Falomir, decía recientemente que está «maltratado en términos absolutos y relativos». La fusión del Teatro Real y el de la Zarzuela, que tantísimas protestas ha acarreado desde que se anunció. Acabar con la promoción única del español de España en el Instituto Cervantes, que es un dislate enorme, cuando tenemos como riqueza lingüística el cubano, el peruano, el argentino, el guatemalteco, el ecuatoriano y así vayan recorriendo de norte a sur de ese continente llamado América. Y el Estatuto del Artista, que es una reivindicación ya vieja. O la supresión del canon bibliotecario para poblaciones de menos de 50.000 habitantes. Y nombrar, al frente del Centro Nacional de Difusión Musical, a alguien al menos tan competente (aunque eso lo vemos poco probable) como Antonio Moral, que dejó el cargo con una frase lapidaria: «Hacienda debe estar para ayudar a Cultura, no para fiscalizarla».

Ese ha sido uno de los principales problemas de los últimos años en España: Cristóbal Montoro.

Lo que se le viene encima a Huerta es un alud tremendo de burocracia. Y el estupor de buena parte de la profesión, porque se le identifica con lo ‘mainstream’, con los novelones románticos (eso sí: las colas de sus firmas en las distintas ferias del libro —en la de Badajoz también— son antológicas), no con la cultura con mayúsculas. Constantino Bértolo, que estuvo muchos años al frente de la editorial Caballo de Troya, apuntaba ayer: «No seamos ingenuos: lo que está pasando no es que la literatura, el arte, se conviertan en mercancía; lo grave, lo más grave, es que es la mercancía la que se está convirtiendo en literatura, en arte». No sabemos si se refiere a Huerta, pero es revelador.