Cuando esto se publique, habrán llegado ya los Reyes Magos. Quizá, en el sillón de algunos, haya algún libro de John Berger. El año comenzó con su muerte. Berger fue el señor que nos dijo que, si lográbamos comprender por qué veíamos la pintura de otra forma, llegaríamos a entender también algo sobre nosotros mismos, sobre el exacto momento en que vivimos. Un momento que, cuando menos, es raro: el día 1 mataban a una mujer. A las mujeres las matan: no mueren como si les hubiera dado un infarto: «Muere una mujer a manos de su pareja», dicen los titulares. Ajá. El verbo morir, siempre tan irresponsable (en sentido estricto: es decir, que no otorga la responsabilidad a nadie del hecho mismo de morir). Ha habido atentados en Irak. La guerra de Siria ya dura demasiado. Por no hablar de Eritrea, Somalia, la República Centroafricana, Xinjiang, la guerra en el Nilo Azul del Sudán, Mindanao, el sur de Tailandia o Casamance, porque, en realidad, los periodistas no hablamos de ellos: lo que no se nombra, no existe.

Berger no era pesimista, de todos modos. Pero era lúcido: «Lo distinto de la tiranía global de hoy es que no tiene rostro. No es el Führer, ni Stalin ni un Cortés. Sus maniobras varían según cada continente y sus maneras se modifican de acuerdo a la historia local, pero su tendencia panorámica es la misma: una circularidad. La división entre los pobres y los relativamente ricos se convierte en un abismo. Las restricciones y las recomendaciones tradicionales se vuelven añicos. El consumismo consume todo cuestionamiento. El pasado se vuelve obsoleto. En consecuencia la gente pierde su individualidad, su sentido de identidad y entonces se afianza y busca un enemigo para poder definirse a sí misma. El enemigo -no importa la denominación religiosa o étnica- se encuentra siempre también entre los pobres. Aquí es donde el círculo es vicioso». Se preguntó si contaban las palabras. Si las palabras podían servir para rebelarse. Pero también estableció que, en cada momento que alguien «hace una protesta, por hacerla, se logra una pequeña victoria».

No resignarse es una de las enseñanzas de John Berger. A la información tenemos acceso ilimitado, pero ¿dónde encontraremos la sabiduría?, se preguntaba Harold Bloom, también ya mayor. Sí: este año también se nos irán muchos: la gente se muere, ya lo sabemos (se muere y la matan): lo que ocurre es que, referentes vivos, sabios, lúcidos, históricos y más o menos en activo, nos quedan pocos. Muy pocos. El último libro de Berger salió el día de su nonagésimo cumpleaños. Se titula Landscapes, paisajes: es un homenaje a quienes debe el pensamiento: Rosa Luxemburgo, Benjamin. Brecht. Habla del Renacimiento y del arte actual. «Los libros de Berger poseen la peculiar cualidad de parecer libros solo por azar. Hechos de palabras, las portan con indulgencia, casi a regañadientes, como si igual pudieran estar hechos de lienzo y pintura o, aún mejor, de polvo y paja, barro y hueso». Lo dijo el Herald Tribune.

Para Arundhati Roy (se citan, el uno al otro, en varias ocasiones), la enseñanza más importante que nos legó John Berger es «cómo amar ante la adversidad». A él, que reivindicaba el marxismo como modo de leer la realidad cultural, su compromiso le llevó a contar la historia de los campesinos que se exiliaron a las grandes ciudades, de los inmigrantes y de los jornaleros. Habló de amor, sí. Y de sexo. Del sexo masculino, de cómo el hombre se enfrenta a él en un momento en que la mujer ya no es propiedad de nadie pero sigue siendo esclava: se llamó G. y ganó, con ella, el Booker: le dio la mitad del dinero a los Panteras Negras (negros, socialistas, nacionalistas). Cuando publicó Hacia la boda, también donó los derechos de autor a los comités antisida de los países en que se tradujo. Sus grandes temas fueron el arte, obviamente; el amor, también; la guerra, la política, la historia, el fin del campesinado europeo, la memoria. Y la fotografía.

Escribió cuentos, novelas, ensayos, poemas y guiones de cine. En muchos de ellos habló de la gente corriente. Médicos cansados, enfermeras mal pagadas, divorciados que no se han visto hace mucho tiempo, soldados, perros sin hogar y gente sin techo. Llevó a televisión y al cine sus pasiones. Reflexionó sobre la imagen pública y la vida privada: sobre esa área gris que ahora se difumina tanto con las redes sociales, con los linchamientos de tres horas en Twitter y con las capturas de pantalla lanzadas como bombas, por si cuela.

Berger ha sobrevivido algo más de tres años a la mujer con la que compartió las últimas cuatro décadas de su vida. Se llamó Beverly Bancroft y era su lectora más implacable: realmente lo era: fue una de las responsables de la muy potente editorial Penguin Books. A ella le debemos también la conservación de los manuscritos de su marido, que legó a la British Library. E infinidad de correcciones: sin esta mujer, Berger no hubiera existido. Con uno de los hijos de ambos, Yves, escribió Rondó para Beverly.

Quizá, en algún sillón, hoy haya estado este libro.