Fijémonos en la foto que acompaña estas líneas. El hombre en primer plano es Juan Gutiérrez, en su día negociador entre ETA y el Estado español. Al fondo, desenfocado, aparece Roberto Flórez, que durante mucho tiempo fue su confidente y mano derecha. La instantánea fue tomada en el 2013, años después de que Juan descubriera que Roberto en realidad había entrado en su vida para espiarle, y de que aun así decidiera seguir siendo su amigo. Tratar de entender esa relación es el objetivo de ‘Mudar la piel’, el documental dirigido por Ana Schulz —hija de Juan— y Cristóbal Fernández que acaba de estrenarse en el festival de Locarno.

«Nunca me sentí traicionado», afirma Gutiérrez en un momento de la película; es una afirmación difícil de entender que, desde la ciudad suiza, este santanderino de 86 años matiza: «Roberto se puso un disfraz, una piel; y esa piel se le fue quedando pegada al cuerpo. Con el tiempo ha comprendido que la información que él conseguía como agente debería haber sido puesta al servicio del diálogo». Instalado en San Sebastián desde 1983 tras 20 años viviendo en Hamburgo, Gutiérrez creó en 1987 Gernika Gogoratuz, organización dedicada a la mediación de conflictos al frente de la que, tras el fracaso del diálogo del Gobierno de Felipe González con ETA en Argel (1989), trató de activar otro proceso.

No tardó en entrar en escena Roberto Flórez. Antiguo guardia civil del cuartel de Intxaurrondo y agente del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid, hoy CNI), en 1990 se infiltró en Gernika Gogoratuz haciéndose pasar por periodista con el fin de monitorizar los contactos con la organización terrorista. Pronto se convirtió en hombre de confianza de Gutiérrez y en amigo íntimo de la familia, y lo siguió siendo durante cinco años. «Hasta que, un día, desapareció sin decir nada», recuerda el antiguo mediador. «De repente, no supimos nada más de él». Poco después, en 1998 —ya con Jaime Mayor Oreja al frente de Interior—, una serie de filtraciones dieron al traste con la labor negociadora de Gutiérrez.

La conexión rusa

Flórez reaparece en el 2007. Es detenido en Tenerife acusado de haber robado información a los servicios secretos españoles para ofrecérsela a la inteligencia rusa, y condenado a nueve años de cárcel. «Cuando me enteré, decidí que quería visitarlo», recuerda ahora Gutiérrez, que llegó a encontrarse con su espía hasta 40 veces en la cárcel de Estremera, y que sigue defendiéndolo tras su puesta en libertad. El pasado marzo, el diario británico The Times señaló a Flórez como el responsable de las filtraciones que resultaron en los envenenamientos de los exespías rusos Alexander Litvinenko y Sergei Skripal. «Él asegura que no llegó a vender ninguna lista y que su único delito fue guardar en casa documentos del CNI», afirma Gutiérrez de su amigo.

Mudar la piel en ningún momento pretende capturar la verdad de Flórez. Lo acepta como un enigma, una identidad en permanente cambio. Y, mientras la contempla, la propia película va cambiando de naturaleza, transitando entre el álbum familiar y el documento político y, por momentos, convirtiéndose en algo parecido a una intriga noir. «Mientras la hacíamos nos sentimos en el medio de una trama de espionaje», recuerda Schulz. «Nos dimos cuenta de que los servicios secretos controlaban nuestros contactos con Roberto. Pasaron cosas muy raras, teléfonos que de repente dejaban de funcionar. Tuvimos miedo». Por encima de todo, eso sí, la película funciona a modo de homenaje de una hija a su padre, un defensor a ultranza del perdón y el diálogo -tanto en lo político como en lo personal— que, inevitablemente, contempla con inquietud el proceso de paz en el País Vasco. «El conflicto no se cerró, sigue abierto», lamenta Gutiérrez. «Se ha impuesto un discurso, una suerte de choque entre vencedores y vencidos, que no puede servir de base para una paz verdadera».