Rob Sheffield y Renée Crist no tenían nada en común. Él era un autodefinido «friqui de Boston», un «antisocial, ermitaño asustado de la vida». Ella, también en palabras de Rob, «una punqui cañera de los Apalaches realmente enrollada». Nada o casi nada: tenían la música. Si entablaron contacto fue porque, cuando ambos tenían 23 años, el camarero de un bar de Charlottesville puso una cinta de Big Star (legendaria banda proto-power pop de los años 70) y ellos dos fueron los únicos en reaccionar positivamente.

«De pronto me vi enredado en la vida ruidosa, jugosa, centelleante de aquella chica», escribe Sheffield en Vives en las cintas que me grabaste (Blackie Books), unas memorias de romance y música publicadas ahora en España después de triunfar durante más de una década alrededor del mundo. Es una lectura triste a la vez que vitalista, capaz de romperte el corazón en una página y, justo a la siguiente, coger los pedazos y reconstruírtelo con la mayor delicadeza e inteligencia.

Las cintas a las que hace referencia el título del volumen (traducción libre de Love is a mix tape, El amor es una cinta recopilatoria) son las que no solo Crist, sino también Sheffield, ambos críticos de música, grabaron durante su relación: cintas para enrollarse, o bailar, o dormir, o lavar los platos, o incluso sacar al perro. Cuando ella falleció súbitamente, a los 31 años, a causa de una embolia pulmonar, esas cintas sirvieron a Rob para seguir cerca de Renée.

UNA HISTORIA POR CONTAR / Sentía la necesidad de escribir sobre ella, y las casetes le ofrecieron un camino, una estructura. «Durante mucho tiempo me pregunté cómo podía rendirle tributo», nos explica vía telefónica. «Un día estaba abriendo cajas y empezaron a salir aquellas cintas. Mientras las colocaba, sentía como si me hablaran, como si quisieran llamar mi atención. Me estaban recordando que tenían una historia por contar», añade.

Las memorias personales se desdoblan en celebración de la cultura alternativa de los 90; de un paisaje musical que vio el rock underground emerger al overground. Un ejemplo entre muchos: Sonic Youth, que con Dirty, de 1992, se propusieron sacudir el mainstream sin dejar de ser únicos. Su bajista Kim Gordon protagonizó la cinta más currada de Sheffield: «Cuando conocí a Renée, oíamos mucho a Sonic Youth. A ella le encantaba Kim. Hice una cinta basada en las canciones cantadas por ella, y fragmentos de otras en que se la oía, y algunas entrevistas… Toda la carátula estaba forrada de fotos de Kim Gordon. Mi mejor trabajo».

Pero Vives en las cintas que me grabaste puede sacudir el alma de lectores sin los gustos musicales de Crist y Sheffield, porque, al final, «no es tanto un libro sobre el rock alternativo, sino sobre cómo compartimos sentimientos a través de la música».

O sobre cómo ciertas canciones pueden impregnarse para siempre de la vida y los trances por los que pasabas cuando las descubriste por primera vez o las escuchaste más a conciencia. Cuando una pareja se rompe, no solo hay que repartir los amigos, sino también los grupos. «Eso suele pasar. El trauma te arruina la discoteca. Una ex mía estaba muy metida en The Magnetic Fields. No tengo nada contra esa banda, la respeto, pero no he vuelto a oírla en la vida».

Sin embargo, después de la muerte de Crist, Sheffield no dejó de escuchar las cintas que grabaron. «Sobre todo al principio, no pude evitar seguir escuchándolas. Me recordaba a nuestros días juntos y me servía para aceptar lentamente; fue una parte importante de mi proceso de luto».

GRABAR DESDE LA NIÑEZ / Nuestro entrevistado no guarda solo las cintas de ambos, sino también las que grabó de niño. «Trataba de capturar canciones de la radio y las combinaba, creando recopilatorios unidos por estilo o, quizá, los gustos de la persona a la que estuviera destinada». Sus amigos del colegio o su madre («una devota del folk irlandés») fueron afortunados receptores de mixtapes de DJ Sheffield.

«Conservo muchas cintas de cuando era pequeño; algunas muy buenas. Las escucho un montón. Me las pongo para trabajar», explica el periodista y escritor, desde hace años firma clave de Rolling Stone, revista en la que aborda temas de música, televisión y cultura pop en general.

«Mis favoritas son de los Beatles», dice. «Ponían muchas películas de ellos en la tele y, a falta de poder comprar los discos, grababa las canciones en casete. Cuando las oigo regreso inmediatamente a mi infancia». Mientras capturaba aquellos temas inmortales del pop, Sheffield estaba preparándose para el futuro, adelantando trabajo e investigación: su último libro es Dreaming the Beatles, sobre versiones del mito de Liverpool y música que de algún modo tiene su huella.

En tiempos de playlists de Spotify y mixes de Sound-Cloud, la casete recopilatoria casera es casi un fósil. Encontrar y combinar canciones es más sencillo que nunca, casi demasiado sencillo; ganando acceso se ha perdido algo de romanticismo. Pero, según Sheffield, no hay que ser tan derrotista. «La tecnología ha cambiado, pero el espíritu es el mismo: se trata de compartir».

Compartir es el verbo clave en todo esto. Conexión, el sustantivo. A menudo se observa al crítico musical como una figura esnob y encerrada en un torreón de prejuicios y altanería, alejado de todo y todos, creyéndose el único con buen gusto, etcétera. Pero ¿no somos más una evolución profesional de ese niño que se moría por compartir canciones con sus amigos? «Yo creo que sí», dice Sheffield. «Para Renée lo esencial era la conexión. Ella nunca fue nada esnob. Yo tampoco lo he sido nunca. Me emociona mucho ver cómo la música me une a mis amigos o, por qué no, a mis sobrinas. Lo que oyes con otra gente une para siempre».