Hablemos de amor. Del amor que no invisibiliza, que no te esconde, que te valora, te cuida y te ve porque es un amor para el que existes. Eso, con todas sus disfunciones, es fácil para una pareja heterosexual. Para una del mismo sexo, no. Wanuri Kahiu es una cineasta keniata que ha denunciado que, para poder rodar en su país (y en el resto de África), las ONG solo dan subvenciones si se habla de alguna de sus áreas de trabajo: SIDA, ablación... y que eso estereotipa y hace que, desde aquí, sigamos viendo a un continente como algo homogéneo y, sobre todo, como Lo Otro.

La homosexualidad también ha sido Lo Otro. Lo que se estudiaba para ver cómo se reconducía, lo que era anormal, vicioso, depravado, incompleto, oscuro. En muchas partes del mundo sigue siendo así, leyes incluidas: en España no hay leyes que encarcelen a gays o lesbianas y el Gobierno trabaja para permitir a los menores el cambio del nombre de pila en el Registro Civil, pero eso no significa que no haya agresiones homófobas… o padres que deciden no ir a las bodas de sus hijos por el qué dirán en otras partes otras personas que no les importan ni les ayudan en las dificultades, otras gentes que, en fin, no van a estar pendientes de ellos en la salud y en la enfermedad. O acoso en las aulas o miedo, aunque no haya datos en contra, a decir que, en realidad, a ti te gusta Carlos y no Ana… o viceversa.

«La escuela no me permitía vestir a mi hijo de tres años como una niña. Y yo tampoco estaba lista». Lo cuenta la madre de Jazz, una niña transgénero que nació niño y que ha grabado un documental. Cuenta también que los chicos no le hacen caso porque piensan que son gays si les gusta otro «chico». Su madre es bien clara: si tienes algún problema con que mi hija sea transgénero, no te queremos en nuestras vidas.

Hay quien rechaza, sistemáticamente, hasta que te vas. El dolor tarda mucho más. La desconfianza también, el daño, las heridas, la devastación.

«No se lo he dicho a nadie. Anunciar al mundo quién eres da bastante miedo», dice Simon, el protagonista de Love, Simon: «No es justo que solo los homosexuales tengan que salir del armario. ¿Por qué lo estándar es ser hetero?». A Cameron Post la meten en un centro de reasignación sexual cuando los padres descubren que es lesbiana: para que la curen. En una pequeña localidad de Islandia, Christian se da cuenta de que lo que siente por Thor es más que amistad.

Ya lo decía Dorothy Parker: «La heterosexualidad no es normal: solo es común».

Este año, el FanCineGay, que comienza mañana con una gala de inauguración en la Sala Maltravieso-Capitol, a las ocho y media de la tarde, ha querido centrarse más en las historias de mujeres y en la visibilidad femenina, porque las lesbianas sufren de doble discriminación: por lesbianas y por mujeres. No digamos ya las transexuales lesbianas. Carmen y Lola, Disobedience, Girl, I hate New York, Las herederas, Las hijas del fuego, Rafiki, The miseducation of Cameron Post y Thelma están entre las películas que se van a a proyectar este año.

A veces cuesta encontrar esa visibilidad en España: gente que haga cómics, exposiciones, fotografías, novelas, poemas, canciones que hablen del amor entre personas del mismo sexo, sobre todo entre mujeres (Road Ramos sí lo ha hecho y estará en la gala de inauguración), de la diversidad sexual, los géneros no binarios, lo queer, lo intergénero, lo bisexual y sus políticas, porque el cuerpo, señores, y sus relaciones con el espacio, con la sociedad y con el resto de los seres, es un asunto político.

El cine también. Una película elige una historia, unos planos, unas palabras y un punto de vista. Se engloba en una tradición o intenta socavarla. Las historias, lo hemos contado en otros artículos, otros años, han ido cambiando: ya no son veladas, ya no son (tan) sórdidas, ya tienen como protagonistas a personas de distintas edades, ya ganan premios en Sundance, Cannes, San Sebastián o en los Oscars. Un mensaje tras otro tras otro, una película y otra, una charla y otra en un colegio, un libro con personajes homosexuales, un álbum ilustrado para niños, una ley de matrimonio civil (sí, eso también es un mensaje), hablar alto en cualquier charla de bar (o de Facebook) y denunciar las discriminaciones… Todo eso hace que la sociedad cambie: que las sociedades, las microsociedades (las rurales, los barrios de las urbanas) sean más abiertas. Que podamos tratarnos los unos a los otros con bastante más cariño.

Eso es amor, también y, quizá, sobre todo. Si no hay amor, un equipo de gente no se mete a ver películas todo el año (esa es la parte divertida), frustrarse hasta niveles que no pueden imaginar porque no hay transporte público para traer a los premiados (la gala final será el 10 de noviembre en Badajoz), hablar con cine clubes de toda Extremadura o con ayuntamientos o Junta, pedir subvención, justificar subvención, buscar decorados y artistas y presentadores, hacer notas de prensa y guiones y sentir unos niveles de estrés infartantes. Eso es amor y ya saben: amor con amor se paga.