Una vez sorteado su (casi inexpugnable) anillo de seguridad, Antonio Banderas resulta ser una de esas personas que te escuchan como si fueras el único ser humano vivo después de una hecatombe nuclear. O mejor, como si este domingo su nombre no fuera dicho en el Dolby Theatre de Los Ángeles, entre los aspirantes al Oscar al mejor actor, por 'Dolor y gloria', la película expiatoria de Pedro Almodóvar. Y hay un motivo poderoso.

-Podría acariciar estatuilla.

-Estoy seguro de que no.

-El Goya no se lo quitan. "Me siento vivo", dijo en la ceremonia.

-Cuando se ve la muerte tan de cerca como la vi yo esa mañana del 25 de enero del 2017, la vida cobra un brillo especial. Te das cuenta de la línea tan fina que nos separa de la nada. Y aun sabiendo que eso es el final de esta comedia, la impresión es muy poderosa.

-En este contexto, la palabra "poderosa" encaja mal.

-La primera noche que pasé en el hospital vino una enfermera y me hizo una pregunta increíblemente extraña: "¿'Do you believe in popular culture'?" (¿Cree en la cultura popular?)". Yo le respondí: "Supongo que sí, ¿por qué?". "¿Sabe por qué la gente dice ‘me ha roto el corazón’ o ‘te amo con todo el corazón’? Porque el corazón no es solo un órgano, es un almacén de sentimientos".

-Una filósofa a pie de desfibrilador.

-"Va a estar muy triste durante unos meses", me dijo. Y se cumplió. Soy poco llorón, pero de repente me emocionaba cualquier cosa. Empecé a sentir mucho, todo. El dolor y la alegría de los demás. Es como si durante toda mi vida hubiera acumulado un montón de capas, endurecidas con el tiempo, y de repente caían.

-¿Banderas no era Banderas?

-Yo creía que sí. Hasta que llegó el bofetón y dije: "¡'Oh, my God'! No me acordaba". Entonces apareció lo esencial. Mi hija, mi familia, mi vocación verdadera.

-Qué es...

-Contar historias. Lo que fui al principio. Yo me había preocupado por los resultados de las cosas. Me había preguntado adónde me podía llevar la película. Calculaba en función de la crítica. Nunca me había sentido tan libre como con Salvador Mayo. Y creo que Pedro lo percibió.

-¿Cómo diría que es ahora?

-Natural. Simple. Siento cosas frente a la cámara o en el escenario que me hacen abandonarme. 'Abandono' es una palabra que se ha unido a mi vocabulario de una forma especial. 'Abandonarse' es más importante que 'construir', que 'empujar'.

-Abandonarse es confiar.

-Sí. El infarto me lo fabriqué yo solito. Por no estar realmente haciendo lo que me gustaba, por mentir al defender proyectos en los que no creía solo porque tenía al productor al lado.

-¿Se sintió alguna vez un impostor?

-¡Eso no! Pero del centenar de películas salvo una quincena, entre ellas las ocho de Almodóvar.

-¿Vive un estado de gracia?

-Es como si se hubieran abierto las puertas. La primera película que hice después del ataque al corazón fue 'Life itself', que poca gente ha visto, en la que me dije: "¡Qué bonita es la película! ¡Qué bien los compañeros! ¡Qué en orden está todo!". Y me pasó una y otra y otra vez. Con Steven Soderbergh ['The Laundromat: Dinero sucio', en Netflix], con el teatro... Creo que hay un aura que se desprende de mí.

-¿...?

-Ya no irradio ansiedad, y eso hace que personas que antes no querían tener acceso a mí ahora sí quieran. A lo mejor no está mal matar a Banderas. Él cumplió una misión. Era joven y le divertía hacer de Zorro, de Mariachi en 'Desperado'... Pronto voy a cumplir 60 años y no puedo tirar más de ese chico.

-Sesenta es una cifra agridulce.

-Me siento bien. He perdido 10 kilos haciendo 'A chorus line'. Ya no fumo ni como carne todos los días ni me oprime el terrible estrés al que me sometía, sobre todo durante el divorcio... El divorcio para mí fue durísimo. Había construido un universo durante 20 años y, de repente, todo saltó por los aires. Ha quedado lo mejor, ¿eh? Una amistad maravillosa con mi ex, los hijos, Tippi [Hedren, la madre de Melanie Griffith], a la que sigo tratando como mi madre política.

-¿Piensa en futuro?

-El futuro es incierto. No tengo la seguridad de que mi mente vaya a responder a los estímulos. Lo único que sé es que no me cuesta trabajar. Y que voy a terminar en Málaga, casi de manera inminente.

-¿Recuerda las últimas palabras que escuchó al partir?

-"Aquí estamos", me dijo mi madre. Pensaba que volvería muy pronto.