Cuando buscas referencias de Antonio Márquez (Sevilla, 1963) siempre las encuentras como ‘una de las figuras más sólidas del clásico español’ Con un currículum que le ha llevado desde el Ballet Español de Madrid, al Ballet Región de Murcia dirigido por Merche Esmeralda, o al Ballet de Víctor Ullate donde fue invitado a participar en una versión de ‘El Amor Brujo’, consiguió fundar su propia compañía en 1995. Tras unos años de ‘reflexión’, como él mismo nos comenta, Márquez vuelve a los escenarios para mostrar ‘todo aquello que me regalaron mis maestros’. Una vuelta con una Compañía renovada junto a Eva Leiva, que ambos dirigen con un entusiasmo que asombra y contagia. El pasado fin de semana, puesta en escena en Madrid con ‘El Sombrero de tres picos’ y ‘Bolero’, y actualmente, recorriendo la Red de Teatros de la Comunidad de Madrid mientras preparan su gira en Italia, China, Rusia y Latinoamérica. Antonio Márquez conoce Extremadura. Mantiene un buen recuerdo de su paso por Mérida junto al Ballet Nacional, y también por Badajoz hace algo más de doce años. Ahora, «quiero patearme cada pueblo de España como lo he hecho con cada uno de Italia» nos comenta. Habla con criterio. Él sabe que el primer paso ya es el propio camino.

—¿Cómo vivió el estreno del pasado viernes?

—Como cada representación que se pone en escena ha sido mágica, y cada día diferente. Porque además tenemos en ocasiones a gente de oyente de la propia compañía, que salen al escenario por primera vez, y se convierte como en un día especial con mucha energía, con mucha ilusión, y sobre todo, como una jornada en la que tratamos de reivindicar nuestra danza clásica española. Sinceramente, he vuelto con mucha ilusión.

—¿Por qué aún hoy en día hay que reivindicarla?

—Primero, porque hay mala memoria y también, porque muchas veces nos dejamos llevar por las cosas más fáciles, por las que se mueven por sí solas, o las que producen más dinero…, y también porque nuestra danza clásica española requiere, para hacer un buen ballet, por una parte de muchos intérpretes, y por otra de mucha preparación, y no solo flamenca. Todo eso requiere muchas horas de ensayo, trabajo, y muchas veces la gente no está dispuesta, porque bueno, salen del conservatorio y ven realmente pocas oportunidades de compañías. Quizás por eso, se metan más al flamenco.

—Sí, porque en flamenco uno se puede desarrollar también como solista, y la danza requiere un cuerpo de baile…

—Mire, todo lo que requiera el nombre de ‘compañía’ ya necesita intérpretes al margen de la ‘estrella’, y eso es lo que nos han enseñado nuestros maestros y las grandes Compañías en España. Las mismas que han dado la oportunidad de poder desarrollarnos por todo el mundo mostrando nuestro folclore. Las compañías han conseguido que no solo se conozca el flamenco, como lo único que en España podemos representar respecto a la danza. Tenemos muy buenos bailarines de clásico por el mundo porque hay compañías de clásico por todo el mundo, pero sin embargo de compañías de formato de clásico español solo tenemos la nuestra, que es la única que existe. Creo que sería interesante que nos apoyaran más, apoyáramos nuestro estilo y lo que nos ha llevado a todos los rincones del mundo, que es el clásico español.

—Y con lo difícil que es, ¿por qué ha vuelto a ponerla en marcha?

—Bueno, porque tenemos dentro algo que se llama ilusión, se llama amor, y sobre todo por una cosa que me llevó…, me invitaron a dar unas clases, cuando ya estaba un poco retirado de los escenarios, más que retirado, estaba ‘reflexionando’, y me llamaron para dar unas clases a Barcelona relacionadas con el mundo del teatro. Allí me reencontré conmigo mismo cuando empecé, con esos niños de 8 y 9 añitos y esa ilusión, esas ganas de aprender, ese brillo en los ojos cuando piden a los maestros más conocimientos…

—¡Qué emotivo…!

—Y yo me dije: mira, tengo que volver…, y regalar todo lo que yo he recibido, todo lo que me han regalado, todo lo que yo he aprendido a partir de esas maravillosas personas que han pasado por mi vida: desde compañeros, hasta maestros, referentes, y todo eso tengo que regalarlo también. No me lo puedo llevar en mi interior, porque creo que por mi parte sería una traición a todo lo que he hecho en mi vida.

—Y de forma práctica: ¿cómo se levanta una compañía?

—Poner en marcha una compañía necesita de la constancia de cada día, es un trabajo diario…, es como el bailarín clásico que va a hacer una ‘Giselle’ y no da cada día una clase de barra, ¿no? nosotros, los bailarines, requerimos de esto. Y otra cosa importante: las compañías requieren de un estilo que es lo que definía antes a cada una de ellas. Antonio Ruiz Soler tenía un estilo, Pilar López tenía otro…, y cada maestro tenía uno, y eso requería del tiempo que pasabas con ellos. Y claro, eso ahora es muy complicado, porque mantener una compañía privada sin ningún medio, para que puedan venir todos los días a asistir a unas clases que les doy cada día gratuitamente,.., y solamente, ¡por esas ganas de ir formando ese estilo del que le hablo! Ese estilo tan peculiar en el que influyó de forma muy positiva, el hecho de que antes, las escuelas privadas tenían la posibilidad de ir a examinar por libre a los conservatorios cosa que ahora no tienen. A partir de ahí se perdieron muchas escuelas que daban, quizás, la personalidad a los intérpretes que luego había que pulir en determinados estilos. Por ejemplo, el Ballet Nacional o Gades iban puliendo a esos bailarines…, pero ya llevaban una personalidad muy marcada.

—¿Por qué se dejó de hacer?

—Bueno, no sé exactamente, pero es cierto que ahí se han cargado un poco esa personalidad de la que le hablaba. Ahora salen todos los bailarines muy bien formados, impecables, pero luego no tienen alternativa a donde ir y donde poder desarrollarse. Te encuentras con que no hay Compañías, y las Compañías que hay son casi todas de un formato pequeñito y casi todas, tirando al flamenco, así que al final, ¿qué hacen? soltar las zapatillas, las alpargatas, las castañuelas…, porque fíjese si tenemos un folclore rico… mire, en Extremadura por ejemplo, cada 20 kilómetros tenéis un folclore, un vestuario, una música, ¡y fíjese los cantaores que ha dado el flamenco allí! Entonces, ¿qué pasa? Que se tiende a formar un formato de compañía pequeño, o un grupito, o personaje individual, y van tirando de una forma u otra…, pero solo subsistiendo.

—¿Cree que la pérdida de la difusión de ese folclore, puede estar vinculada a la presunta pérdida de nuestro sentimiento como españoles?

—Yo creo que es la ignorancia, creo que es que no queremos darnos cuenta realmente de que vivimos en un país privilegiado. Yo he estado en todo el mundo prácticamente, y un país que tiene mucho folclore, pero no llega ni a nuestro 10% es Rusia. Y ellos ven, simplemente una jota, ¡y es que mueren con ella! Nos ven tocar las castañuelas a la vez que haces piruetas, que saltas…, y sobre todo, con una cosa que nos caracteriza y en lo que somos diferentes, que es el carácter. Como nos plantamos en un escenario, o haciendo un gesto… Hoy, los profesionales ya con cierta edad, no van a salir a una escenario a bailar, pero si podemos escuchar sus experiencias. Esas ‘personas retiradas’ lo están físicamente pero no intelectualmente, y hay que contar más con ellos.