Han pasado tres semanas desde que se estrenó Aquaman y continúa siendo líder indiscutible de las listas de recaudación. Las fechas navideñas suelen convertirse en un auténtico campo de batalla para las películas de carácter familiar que compiten entre sí, pero ninguna ha conseguido arrebatarle la corona de rey al superhéroe marítimo, ni Spider-Man: Un nuevo universo ni El regreso de Mary Poppins ni Bumblebee.

En su primer fin de semana de estreno en España, alcanzó los dos millones y medio de euros y ahora lleva acumulados más de 10. A nivel mundial se ha convertido oficialmente en el estreno más provechoso del universo DC, llegando a los 1.000 millones de dólares. Un logro que parece inaudito, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de años que el proyecto estuvo dando vueltas sin rumbo fijo, entre otras cosas porque no se confiaba lo suficiente en el personaje. ¿Cuáles han sido las razones para convertirse en un auténtico fenómeno?

El carisma canalla del actor

Aquaman es irresistible porque Jason Momoa es tan o más irresistible que el Rey de los Siete Mares. Ya lo fue en sus escasas pero memorables apariciones en la primera temporada de Juego de tronos como el imponente Khal Drogo, cuya relación con Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) desprendía más química que toda la tabla periódica de los elementos. El actor y exmodelo hawaiano, de 1,93 metros de estatura, destila carisma y simpatía a raudales, y posee una mirada y una sonrisa canallas capaces de derretir los hielos polares. Valores que Momoa sabe transmitir al personaje de Arthur Curry, un tipo más apegado a la frescura y el desaliño de la vida feelgood que a las severas servidumbres de su condición de rey de Atlantis.

La buena vista de Wan

Warner y DC Comics han dado en el clavo con la elección de James Wan como director de Aquaman. No es de extrañar. El cineasta australiano de origen malayo es el responsable, en calidad de director, guionista o productor, de algunas de las franquicias más exitosas del cine de terror reciente, como Saw, Insidious y Expediente Warren, incluidas en este último pack las triunfales ramificaciones de Annabelle y La monja.

Un tipo, en fin, con vista comercial prodigiosa, conocedor de los más efectivos mecanismos de la tensión y el miedo, depositario también de un estupendo sentido del espectáculo sin prejuicios. Así lo demostró en el magnífico séptimo episodio de Fast & furious, en el que, a pesar de la inesperada muerte de Paul Walker durante el rodaje, supo combinar lo hiperbólico con lo emotivo en la que es la cumbre hasta la fecha de la turboalimentada saga de acción y coches. Wan era, por tanto, una apuesta a caballo ganador, y así lo ha confirmado con su refrescante mixtura de espectáculo non-stop y diversión desacomplejada.

Espectáculo puro y duro

Nada de superhéroes atormentados, se terminaron los dramas intensos. Aquí hemos venido a pasarlo bien. La propia esencia del personaje invita al hedonismo, a brindar, a nadar, a tostarse al sol, a vivir mil y una aventuras y disfrutar con las pequeñas cosas de la vida. Aquaman nació para ser rey, pero a él no le interesa el poder, es un espíritu libre con necesidades en el fondo muy básicas, que no precisa de discursos shakesperianos, de parlamentos intelectuales y metarreferenciales para sentirse importante. Lo suyo es la acción. El elemento físico domina la pantalla, la película es un auténtico sin parar de idas y venidas, todo músculo y nervio, no hay ni un solo momento para el descanso, tampoco para pensar más allá de lo que se está viendo. Wan utiliza a Momoa como vehículo para reivindicar el espectáculo ya sea por tierra, mar o aire. Es cierto que encontramos un tímido mensaje ecologista que utiliza al villano como excusa para conquistar el mundo. Pero incluso eso se no usa para reflexionar, sino para ofrecer un tsunami de entretenimiento.

Llena de momentos locos

Es posible que Wan haya querido definitivamente soltarse la melena, tirara la casa por la ventana y sumergirnos en un universo donde todo es posible. ¿Por qué no? Una película en la que más es siempre mejor. Sin limitaciones ni arrepentimientos. Tiburones-caballo, pulpos que tocan la batería, Willem Dafoe haciendo piruetas, escenas decididamente paródicas a ritmo de Depeche Mode o Pitbull, Nicole Kidman en apariciones estelares de impacto y Amber Heard tocando la flauta al atardecer.

El catálogo de hits es inabarcable, quizá porque el director es consciente del material con el que está trabajando y sabe cómo dignificarlo, dotándolo de un tono desinhibido que se sumerge en el territorio de lo camp, a ratos a la altura del histórico Flash Gordon con banda sonora de Queen. Así, lo grotesco se convierte en adictivo, en auténtica medicina lúdica.

Aquaman es una película divertida, tiene un punto de locura contagioso que va apoderándose poco a poco de la acción para demostrar que la imaginación y la fantasía no tienen límites. Y eso no tiene precio.

Inconvenientes/ aciertos

Aquaman nunca ha sido el personaje más valorado de DC. Históricamente fue considerado un superhéroe con pocas luces, tontorrón y poco espabilado. Sin embargo, en la versión cinematográfica se convierte en un personaje que no solo se caracteriza por su fortaleza, sino sobre todo por su integridad, aunque también resulta fundamental ese toque macarra que le aporta Momoa.

Este cambio de perspectiva es importante para tomarse un poco en serio este blockbuster que ha tenido que superar muchos obstáculos. Cuando en Liga de la Justicia se vio por primera vez el reino de Atlantis, muchos se mostraron escépticos ante la posibilidad de que no funcionara del todo bien la acción en el interior del agua. Reto conseguido: las escenas submarinas resultan impresionantes y no casan, al contrario, cuando los personajes salen a la superficie, queremos que vuelvan a zambullirse en el agua.

Namor clama venganza

Aquaman, Arthur Curry de nombre civil, podría encabezar tranquilamente una clasificación de los plagios más descarados de la historia. En concreto es una copia de Namor, McKenzie de apellido terrestre. Namor, príncipe de Atlantis, es hijo del humano Leonard McKenzie y la princesa atlante Fen. El Hijo Vengador, que eso significa Namor en atlante, hizo su primera aparición en 1939 en el número uno de Marvel Comics, publicado por Timely Comics, editorial que más adelante se convertiría en Marvel. Tiene superfuerza comparable a la de Hércules, Thor y La Masa y poderes telepáticos que le permiten comunicarse a con las criaturas del mar y los atlantes, y nada más rápido que el pez vela.