El pop como objeto de consumo es una de las corrientes más difíciles de abordar". Lo afirma la autora madrileña Grace Morales en las primeras páginas de Mecano 82, la construcción del mayor fenómeno del pop español (Lengua de Trapo) Y, en efecto, como lo más habitual al escribir de pop comercial es caer en la descalificación desinformada o el elogio acrítico basado en los récords batidos, la revisión crítica del primer disco de Mecano tiene un valor especial.

Mecano fue el primer grupo absolutamente masivo de transición; esa época en que "la gente quería dejar atrás el franquismo, perdiendo la memoria si era necesario", afirma Morales. Hoy no me puedo levantar , Me colé en una fiesta y Maquillaje nos hablan de un tiempo en que lo importante era disfrutar de la nueva España mundialista, preolímpica y europeísta. En tan triunfal, amnésico y hedonista contexto, Mecano fue el grupo moderno para todos los públicos. Como apunta Luis Prosper, de los coetáneos Oviforma y Heroica, Mecano (1982) fue el disco "que las tías regalaban a sus sobrinas".

INICIO EN 'GENTE JOVEN' El libro no renuncia a las pesquisas informativas. Pero la mayoría de ellas sirven para contextualizar al grupo, no para ensalzarlo aún más. Así, Morales nos recuerda que José María Cano debutó en el programa Gente joven interpretando Al alba (de Aute). Que él apuntaba para cantautor a lo James Taylor mientras a su hermano Nacho le encantaba el rock sinfónico. Y, por tanto, explica cómo los Cano fueron moldeados por su discográfica para convertirse en un trío de tecno-pop con vistas a la efímera y entonces moderna escena inglesa de nuevos románticos.

Que los componentes de Mecano provenían de clases acomodadas es tan sabido como que su éxito rompió todo tipo de barreras sociales. Pero aunque el profesor de tenis de los hermanos Cano fuese nada menos que Manolo Santana y el tío de Ana Torroja sea Eduardo Fungairiño, fiscal jefe de la Audiencia Nacional de 1997 al 2006, sus canciones arrasarían entre las infantas y en los patios de escuelas de barrio, en disco-pubs con aspiraciones modernas y en fiestas mayores de todo el país.

Morales reivindica abiertamente el talento de un trío que entonces se nutría de las composiciones del precoz Nacho. De Perdido en mi habitación Morales asegura que Nacho realizó en ella "la topografía de miles de almas con precisión de cartógrafo", aunque atendiendo a su letra y, sobre todo a la producción, más que una oda a la angustia vital parece la redacción de un alumno de EGB que ya ha aburrido todos sus juguetes. El menor de los Cano la compuso con 18 añitos.

Megalómanos sin freno, los Cano nunca aprenderían a dominar y limar su bicefálica inspiración. Eran capaces de pasar de lo sublime a lo sonrojante en una misma estrofa y así lo certifican en estas páginas devotos artistas de nuevas generaciones como Linda Mirada, Javiera Mena o el grupo Ellos. Pero el libro también sirve para resaltar la condición apolítica de un grupo cómodo para el poder (paradigmático de la España pop de los 80) que con los años se beneficiaría de no pocos paripés a cargo de las arcas públicas.

PELEAS CON LOS PEGAMOIDES Algunas de las páginas más jugosas de Mecano 82 (cuya estructura formal resulta un tanto anárquica) aparecen cuando Morales desentierra las pullas que existieron entre los Cano y el clan Pegamoides. La autora resalta que tan pijos eran unos como otros, ya que, según afirma, los Cano estudiaron en el mismo colegio de jesuitas que Eduardo Benavente (batería de Pegamoides y líder de Parálisis Permanente).

Nacho Cano y Nacho Canut fueron amigos de juventud y al parecer el tema Me colé en una fiesta hace referencia a un cumpleaños de Alaska a la que Cano pequeño no fue por ser menor.

Tras Omega (Enrique Morente y Lagartija Nick), Una semana en el motor de un autobús (Los Planetas) y Cajas de música difíciles de parar (Nacho Vegas), Mecano 82 es la cuarta entrega de Cara B, colección de la editorial madrileña Lengua de Trapo que promete futuros volúmenes en esta misma línea musical: Grandes éxitos (Alaska y los Pegamoides), Honestidad brutal (Andrés Calamaro) y El estado de las cosas , (Kortatu), entre otros. Como resalta el periodista Guillem Martínez en el prólogo del libro, se trata de "redescubrir, revalorar, recriticar" los grandes títulos que ha legado la música española.