A veces, de madrugada, a Guillermo Silveira le venían ideas y se ponía a pintar impulsivamente. De ese trabajo a destiempo y del otro, el que realizaba durante las horas del día, surgió una pintura propia, que en los años 60 golpeó las aguas ya algo cenagosas del costumbrismo extremeño. "Fue una figura excepcional entre esos años y los 80 en la región", afirma María Teresa Rodríguez, responsable de la exposición que el Museo de Bellas Artes dedica a este artista.

La muestra, inaugurada ayer, rescata a Guillermo Silveira (Segura de León, 1922-Badajoz, 1987), militar, meteorólogo en la entonces base aérea de Talavera de la Real, y autodidacta en el arte. "Experimentó constantemente", señala Rodríguez. Realizó murales, esculturas, escultopinturas y pinturas, ganó premios en certámenes a los que se presentó en la década prodigiosa y en los 70. De su producción, el museo pacense expone 63 obras, que recorren la trayectoria de este artista "conectado con las corrientes coetáneas y cuya forma se aleja de la figuración y el costumbrismo tradicionales en Extremadura".

Si se habla de Chagall puede empezar a entenderse la pintura de Silveira: personajes marginales, errantes, desarraigados, con un tratamiento poético y no crítico o social, escenas de fábricas y suburbios, insólitas en una región rural, definen su estilo, "cuya raíz es literaria".

Pero también la influencia de Tàpies o Chillida se aprecia en el uso de materiales de desecho, de arena o de cristal de sus escultopinturas.

Silveira tuvo una vida nómada, debido a que también su padre fue militar y estaba sometido a los destinos que le ordenaran.

Desde su infancia se mostró atraído por el arte, pero expuso tardíamente. Lo hizo por primera vez en 1959 en Badajoz. "Expresionista, cercano a la abstracción", recuerda María Teresa Rodríguez que reseñó entonces el crítico pacense Antonio Zoido.

"Silveira defendió el trabajo manual y artesano frente al desarrollo tecnológico", añade Rodríguez. Y durante los 60 se mostró cercano a la abstracción. Había conocido la obra de sus contemporáneos, por ejemplo en varias exposiciones que había organizado la Unesco en Badajoz en 1954 y en 1962 y en otras de artistas españoles del momento en 1963 y 1965. De ellos recibió influjo. "Con Chillida, Oteiza o Tàpies comparte la evocación de un mundo personal".

Guillermo Silveira fabricaba sus propios lienzos, sus bastidores, y utilizaba como soporte tela de sacos. "La muestra nos va a descubir a un Silveira desconocido, sobre todo su parte abstracta", afirma María Teresa Rodríguez, que cree que si hubiera vivido en Madrid, más cerca del ambiente del arte contemporáneo, "hubiera podido llegar mucho más lejos".